Ambos salieron del bar del “Navegante Solitario”.
El más locuaz era un astronauta viejo y ajado, de crédito solvente; el joven estaba tristemente quebrado y jumo.
-¿Te llevo a tu nave?
-Sólo si adivina cuál es.
Se detuvieron a chequear el itinerario de PortoCalisto con sus naves atracadas.
-Le apuesto un trago -dijo el joven- a que adivino cuál es su nave, y que usted no acierta a cuál pertenezco.
El hombre mayor repasó con empeño las siluetas de las naves.
-¡Su nave! –Dictaminó el joven señalando un navío de rotor en proa, bodegas al fuste y toberas a popa.
El hombre mayor continuaba hipnotizado por la visión de 30 naves…
-¡Entonces era cierto, en este cuadrante las naves son hembras!
-Y, de paso inconstantes y vanidosas… Van modificándose conforme intiman con su tripulante favorito. Invierten su antimateria en viajar hasta Jápeto donde hay una cepa de coralio y se someten a esas transformaciones que nos hacen babear.
-¡Listo muchacho, la tuya es la de tacones! ¡Y te ha dejado por otro!
-¿De dónde viene?
-De Orión. Traigo al relevo para “La Gallarda”.
-Claro… Una tal Cecilia.
-¿La Gallarda era tu hembra? -dijo perplejo, el viejo-. ¡Venga, muchacho, te mereces muchos tragos!