“Te llamo porque es noviembre”, novela, Mariella Manrique
Protagonista y narradora: Tania Carbo.
Es Tania Carbo una joven maestra de Literatura de un colegio secundario de Guayaquil, laico, particular y de clase media. Luego de romper con Julio (su pareja durante algunos meses), se ha mudado al sur de la ciudad. Es chira, no tiene vehículo propio (por ejemplo), y para redondear su presupuesto da clases de español a unas japonesas; en todo caso, hemos calculado que su hogar, un departamento alquilado en el “regenerado” barrio del Centenario, dista unos 10 kilómetros de su sitio de trabajo, al nor-oeste de la referida ciudad, y que recorre esa distancia puntualmente (y multiplicada por 2) en días laborables, entre otras cosas para estimular a su alumnos en la adaptación y montaje teatral de “Un hombre muerto a puntapiés”. El recorrido lo hace en el transporte escolar, lo que nos permite concluir que a su colegio asisten chicos muy alejados de su radio de influencia. ¿Lo hacen hechizados, fascinados, devotos por Tania? No, como tampoco está hechizado el personal del colegio (bibliotecaria, chofer, secretaria, directora de área) ni toda esa burocracia sufriente de indispensabilidad crónica. ¿Nos permite el recorrido del expreso escolar hacer una evaluación urbanística del desarrollo (o subdesarrollo) de tan ínclita ciudad? No, no es ese el afán narrativo, pero algo se vislumbra: “…atravesamos un paso a desnivel, llegamos un siglo más adelante en cuestión de minutos… esa era mi parada.” Tania usa, por lo demás, taxis y transporte público.
Sin embargo, Tania despierta simpatías; como es hábil, y de mucho trajín literario como respaldo, sea por vocación como por docencia, nos planteó de entrada su ruptura con el arriba citado Julio, un ejecutivo algo engreído y sin tacto que no la hizo ni llorar ni sufrir, pero que no la apreció en todo su potencial. Nosotros, en cambio, percibimos inmediatamente dicho “potencial”. Pero esta ruptura se da luego de otras rupturas mucho más conmovedoras y en las que su voluntad nada tuvo que ver (todo lo contrario: nos atrevemos a afirmar que, de poder, su voluntad habría obrado en sentido contrario al de la historia o al de la fatalidad, que para el caso vienen a ser prácticamente, lo mismo), y que fueran la muerte de su padre y la más reciente del primo Sebastián, un bombero voluntario y voluntarioso, en ruta hacia héroe mediático que por las noches, en compañía de sus camaradas se dedicaba a cazar y patear homosexuales. ¿Cómo así este ser repudiable no alcanza el mismo nivel de desprecio que generara su ex? Bueno, sí alcanza tal nivel, ya que el relato de Tania sobre tan asquerosa actividad no es disimulado ni mitigado por el parentesco, y porque recién al final de la novela nos enteramos de tal certeza.
Tania, como ya dijimos, nos es simpática, aborda, se embarca, navega, acodera, se desembarca y se vuelve a embarcar en la vida con honradez y buen humor: “En verdad, amanecí con tono de balada”. Tania realista: “Fui al baño a cambiarme de esteifri con el terror de que la sangre avanzara hasta la falda… y me delatara: está enferma. Ahora tengo un bulto entre mis piernas, camino como pato, tac, tac… odio mi olor el segundo, el tercero, hasta el cuarto día… escucho que algunas no sufren así, que al tercer día ya no tienen nada, pero yo soy una llave abierta, una tormenta, una cascada…” Tania y la muerte (después de estar con Pedro en la tina del jacuzzi): “Estuvimos remojándonos casi media hora, y ni una palabra. Esta es, en verdad, la muerte.” Tania y la muerte (pero después de soñar con una lechuza): “Esa era la palabra que la lechuza me susurraba al oído bajo el cedro. Estábamos sentadas, no había nadie en la escuela, y el silencio era insoportable. Entonces desperté. Sobre el velador estaba el diccionario de los sueños. Lo abrí. Ahí estaba: soñar con una lechuza también significa muerte.” Tania y el muerto (imaginando a su primo): “Se coló una sensación nubosa, un vacío turbio, la espesura de la desazón, de la desesperanza”.
De todo esto, contado en un tráfago incontenible de tiempos veloces y escurridizos, nos vamos enterando porque Tania lleva —cual si fuese un diario— la escritura de una versión de novela biográfica que —como ella misma se encarga de revelar— no siempre conserva las mismas palabras ni los mismos giros del relato que tenemos ante nuestros ojos.
Ahora bien, durante la semana Tania se las arregla para tener una vida social fecunda. Diríase que, si bien suele decantarse en una soledad funcional y reflexiva, su vida social es pletórica. En las primeras páginas ya vislumbramos que Tania jamás deja de ir al gimnasio, la vemos beber con sus amigos, sucumbe con grandes dosis de entrega e imaginación a escabrosos escarceos amatorios con Pedro —que lo único que despierta en nosotros, es una total envidia—, visita en varias ocasiones a una alumna víctima del bullyng (la lechuza), que está hospitalizada, lidia con una “familia hamster” (sic), y se encariña con un perro (Bongo).
A fin de obtener una mirada fría y desapasionada de Tania en la relación con “los demás” de su relato, tratamos de construir una matriz de interacciones de doble entrada con ponderaciones cualitativas tales como “deseables”, “entrañables”, “necesarias” o “intolerables”. Pero es tal la cantidad de personas con la que Tania interactúa que hubiese resultado casi imposible escribir esta reseña, a menos que nos ganara la paciencia de hacerlo en un año calendario, cuando la condición del título de la obra es que deba publicarse mientras dure noviembre… Por lo menos.
Además el método es muy exigente. Por ejemplo, descubrimos que lo procedente sería el agrupar a los personajes por áreas de actividad (la escuela, el bus, las farras, la familia), luego ponderar el origen de la mención… ¿Quién menciona a Pedro? Por citar un caso. ¿Sólo Tania, sus amigas, o la japonesa? Y con qué talante procede tal mención: interés, encuentros fortuitos o deliberados, fiesta, trabajo, cuidados, etc. ¿A qué obedece la insistencia de la mención, crece esta, o decrece? ¿Y a qué conclusión llegaríamos? Probablemente a la misma que nos conduce nuestro entrenado olfato de lector, con el “plus” —como dicen ahora— de que cualquier percepción podría corroborarse matemáticamente, para gran alegría de nuestras entendederas.
Así que, muy a nuestro pesar, abandonamos este recurso (usado en metodologías de diseño: Rossi, Geoffrey Broadbent, y otros) porque la cantidad de personas por las que Tania atraviesa, o que la atraviesan a lo largo de este relato, es de más de tres docenas.
Sin embargo, hasta la mitad de la novela, por recurrencia de mención, diríamos que el centro del interés afectivo de Tania comienza con Pedro (14%), sigue su hermana Gisela (10%) y madre de la bebé Gabrielita (4,5%), Pilar y Mónica, sus amigas (7,3% y 6,9% respectivamente), la japonesa, cuya aparición en la sexta parte de la novela viene con perfil ascendente: 6,2%. Tanto su primo Sebastián, como Julio y su tía, la que fuma, se llevan un 4,7%; su papá, que en paz descansa, el 4%.
La segunda mitad de la novela es reveladora. ¿A quién le escribe Tania, y por qué en noviembre? ¿Qué les sucede a sus amores con Pedro? ¿Montaron los chicos “Un hombre muerto a puntapiés? ¿Cómo les fue? ¿Y cómo le irá con su trabajo? “No aceptaron mis sugerencias con respecto a la bibliografía del siguiente año, tampoco aprueban los cambios propuestos para el programa de sexto curso, prefieren, como lo llaman ‘un corte más convencional de conocimientos’…” ¿Y qué hubo de la chica Lechuza, del perro Bongo y de la simpática japonesa? “helmana al teléfono, plegunta por tolta de cumpleaños…Vengo plonto, voy a lavar cara”. Este personaje tiene ese algo de Baudolino que lo vuelve invicto en cualquier idioma.
Pero, naturalmente, no pensamos contar más, nada. Solo hay algo que me deja perplejo, y es que en la novela aparecen tres lechuzas: una, a la que esta novela es dedicada; otra, que es el personaje-alumna del que hablábamos arriba y que en realidad se llama Alicia; y la otra, ¡que es la que firma la novela! ¿Qué clase de acertijo es el que Mariella pretende plantearnos? ¿Se trata de tres personas distintas en una sola lechuza verdadera? El cerebro puja, pero no nos da para tanto. A ratos, desconcertante como cualquier “vida misma”, solo diré que “Te llamo porque es noviembre”, original de Mariella Manrique García, cuenta además con unos grabados formidables de nuestro querido Walter Páez, se publicó en abril de 2015 en la editorial de la Casa de la Cultura, y que en la Librería Española del Río Centro Los Ceibos, pueden adquirirla por 10,00 US DLS.