Borges, en su libro “Artificios” de 1944 cuenta la deprimente pero fantástica historia de Ireneo Funes, afortunada víctima de la soberbia de la memoria total. Narra Borges: “Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido… Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó… Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro… Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero… No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
38 años después Asimov publica “Que no sepan que recuerdas” (Lest we remember), que trata de un sujeto que, gracias a un experimento, puede recordarlo todo. La comprensión del fenómeno mnemotécnico tanto en Borges como en Asimov es muy semejante. Prefiero creer que Asimov no leyó a Borges, y si lo leyó, le caló un ingrediente notabilísimo y que evita la depresión a la que sería proclive la historia de no ser: por una mujer.
Misógino el uno (Borges), machista el otro (Asimov), el protagonismo femenino en ambos es deplorable. ¿Cuántas mujeres aparecen en los relatos de Borges? ¿Emma Zuns, Beatriz Elena Viterbo (la de El Aleph)? ¡Estela Canto, o Silvina Ocampo!; estas dos no como protagonistas, sino como personas a quienes dedica alguno de sus cuentos.
Las mujeres en los relatos de Asimov son más abundantes pero infamemente bobas y eternas amas de casa, a pesar de ser ciudadanas de Trántor, o de alguna de sus provincias en el borde de la espiral galáctica. Hay dos o tres que se destacan, y entre esas aparece Susan Collins, la novia de John Heath, el FUNES asimoviano. De este, Asimov dice:
“El problema con John Heath, en lo que a John Heath se refiere, era su absoluta mediocridad”.
La pareja se casará en dos semanas; ella, lógicamente, tiene mejores ingresos que los de John y cae en trances frecuentes de “cariñosa exasperación” en los tratos diarios con su pareja. Pero este, quien finalmente accede a que “Quantum Pharmaceutical” pruebe en él una suerte de desinhibidor mnemónico, no es un tullido postrado en un catre como el enigmático Ireneo Funes. No: es un tipo absolutamente común y corriente que va de su casa al trabajo, que tiene un jefe campechano que le hace bromas, más otros compañeros de trabajo jerárquicamente superiores a él y los inevitables súper jefes. Delante de uno de ellos descubre que la poción mnemónica “funciona” y ya con Susan no pierde oportunidad de alardear de su nuevo status mental:
“… Creo que puedo recordar todo lo que he oído en toda mi vida. Es una cuestión de memoria. Por ejemplo, cita algún pasaje de Shakespeare.
“—Ser o no ser.
“John la miró, ofendido.
“—No seas tonta. Bueno, no importa. La cosa es que si tú me recitas cualquier verso, puedo seguir hasta donde quieras. Leí alguna obra para la clase de Literatura inglesa en la Facultad, y lo recuerdo todo. Lo he probado. Y es como un chorro…”
Ya en su oficina la eficiencia de John, previsiblemente, se ha multiplicado, pero como lo pudo notar Ross, el rudo pero cordial jefe inmediato de John, no había sector de las oficinas de Quantum Pharmaceutical donde este dejara de ensayar su prodigiosa capacidad de recordarlo todo. Pero su jefe no era de esos que se dejan amilanar por un sabelotodo emergente: lo confronta, lo amenaza, lo echa del puesto (y no muy amablemente). John, muy circunspecto y sin alterarse contraataca de manera contundente, y se va muy orondo con su puesto intacto, pero con el odio visceral de Ross… Y pronto se lanza al ataque en otros niveles de la compañía, ocupados por gente básicamente olvidadiza, que no correlaciona adecuadamente sus recuerdos, que pierde eficiencia, que no mira más allá de sus narices… Felizmente John cuenta con Susan.
En una conspiración de todos los jefes departamentales contra su cerebral sedición, John está rodeado por mucha gente, el plan consiste en volverlo a su situación anterior, bloquear el desinhibidor mnemónico, lo tienen acorralado, muerto de miedo en una esquina, con la hipodérmica en sus manos, ¡hasta que llega Susan!
Susan providencial… teje sus tretas en beneficio de ellos, como pareja, y todo muy legalmente.
“—Déjame que te sermonee un minuto —dice Susan— para que no vuelvas a olvidarte. Te lanzaste a cambiar las cosas demasiado de prisa, demasiado abiertamente y sin tener en cuenta para nada la posible reacción violenta de los otros. Tú lo recordabas todo, pero lo confundiste con la inteligencia. Si hubieras tenido a alguien realmente inteligente para guiarte…
“—Te necesitaba Sue…
“—Pero ya me tienes Johnny.”
Ya saben: no es lo mismo memoria que inteligencia.
¿Otras exploraciones literarias en estos campos del recuerdo? Los hombres-libro de “Fahrenheit 451” de Bradbury, y toda esa lista que Ireneo Funes le recita a Borges desde su catre. ¿Mis exploraciones? ¡Desde luego! En “Cuídate de las Coriolis de agosto” la poción de “Glucosa filo-mnemónica garantiza evocar fielmente todos tus recuerdos. Advertencia: el exceso de glucosa está emparentado con la diabetes.