De la poesía de Rodríguez Diez, expresada en este poemario breve y revelador, me atrae singularmente “Hombre Hojalata”.
El título de este poema me llevó a la evocación del Hombre de Lata… El del Mago de Oz, porque podría tratarse también del otro Tin man, el de D. Hammett, pero no. Sin embargo, este poema es “Hombre Hojalata” así, a secas:
Punzadas de fatiga desandan mi cuerpo
el orden anterior que contradice
chatarra que soy
y en la que a golpes me transformo
Prefiero quedarme en casa a descifrar las horas
en estancias hundido
máquina de ceniza
urdimbre de remaches que se levanta
contra su creador
La realidad ajusta los artilugios del deseo
arranca trozos de amorosa porcelana
Oscila esta ausencia que nada sabe del mundo
y amanece
Si supieras del letargo entre ruidos
de las raspaduras del odio
y su corrupción voraz
Pero algo tibio regresa como animal entre mis vísceras
la invocación de lo amado
sobre la antigua piel
¿Quién es aquel que ha urdido este poema que me alude, que me hace confidencias, que apela a tropos que antagonizan desde el seno de sus versos? ¿No dice acaso que “Arranca trozos de amorosa porcelana”?
El autor se llama César Rodriguez Diez, mexicano (veracruzano), n. 1967; estuvo en Guayaquil el mes pasado, a propósito del encuentro internacional de poesia “Ileana Espinel”. Su libro, un libro con sus extrañezas (nunca hay impresiones en las caras pares ni en el envés de la página impresa), y que se titula “Carne de circo”.
De él vamos a replicar otro poema y os hablaré luego de mis conmociones.
Ilusionista
Dios dibuja una caricia en el espejo
los que observan mi ilusión abren los ojos
Amanezco intacto después de atravesar la noche
la piel henchida desdice fibras de mi carne
Desmayo en lo distinto
revés del sueño
asoma y arrebata el cuerpo que desconoce
sin rostro
ni saber más del mundo
El tedio pega de frente
toda ensoñación aloja entre rendijas su carencia
artificial profecía de penumbra
inmóvil fachada de vigilia
La luz renace
Sobre la cama sin tender dejo mi noche
Percibo dos lugares, dos expectativas: el del que protagoniza y el de los que expectan. Por un lado Dios, en persona, que dibuja una caricia en el espejo, y aquellos que observan la ilusión ajena, muy atentos… Él, el de los versos vuelve con sus confidencias, y yo con mis inferencias: Amanezco intacto –me cuenta- después de atravesar la noche, la piel henchida desdice fibras de su carne… ¡Carajo, qué duras son las ilusiones! Luego continúa: “desmayo en lo distinto”. Normal, pienso yo. “El tedio pega de frente” insiste. Porque “toda ensoñación aloja entre rendijas su carencia”. “Artificial profecía de penumbra/ inmóvil fachada de vigilia/ La luz renace (¡!!!) Por eso: “sobre la cama sin tender dejo mi noche”.
La ilusión tiene su lógica, es mi conclusión.
Quiero, para concluir, volver al libro físico. Hecho a mano, la edición 32/50 es la que obtuve de manos de César Rodríguez. Mi Cielo ediciones, octubre de 2016, Ciudad de México, Edición única e irrepetible.
Gracias César.