Costumbrismo en CF: “El calamar opta por su tinta”, de Adolfo Bioy Casares

Bagre1

¿Cómo escribir un cuento de Ciencia Ficción sin que parezca de CF? O, mejor todavía; ¿cómo escribir un cuento donde la CF no sea de interés, aunque haya un extraterrestre al acecho?

Bioy Casares lo logra de manera impecable, a través del lenguaje coloquial de un maestro de escuela de pueblo chico donde las actividades, después de clases, se limitan a la siesta y, por la noche, al encuentro con los amigos en la barra de Pomponio.

Del maestrito nunca sabremos su nombre, pero al parecer debe consolarnos que sea un lector exquisito que transita desde “el doctor Jung” y pasa por Víctor Hugo, Walter Scott y Goldoni.

Como he de comunicar un hecho de primer orden, presento mis credenciales al lector”… comienza el narrador su indispensable autorretrato, de paso nos alude y como paisaje de fondo va mencionando sus aficiones, sus amigos y la geografía de su pueblo:

El tema de esta crónica ofrece una particularidad que no quiero omitir; no sólo ocurrió el hecho en mi pueblo; ocurrió en la manzana donde transcurre mi vida entera, donde se halla mi hogar, mi escuelita –mi segundo hogar- y el bar… frente a la estación a la que acudimos… en altas horas, el núcleo con inquietud de la juventud lugareña…

Dados los antecedentes, descrita la geografía, la “atmósfera” del lugar, ¿cómo afrontar el tema, cómo plantear la intriga, cómo hacer una inversión adecuada de información y una administración de los tiempos de entrega de dicha información?

El narrador lo plantea de este modo: “Un par de circunstancias, que no cualquiera vincularía, lo anunciaron: me refiero al pedido de los libros y al retiro del molinete de riego.”

Cuando llegamos a este punto de la narración, bien podríamos preguntarnos: ¿qué “libros”, qué “molinetes de riego”? Si estas palabras nos asombran y nos causan, por lo menos, cierto fruncimiento de intriga, es que estamos en ruta de ser atrapados por el autor. Ahora bien, con nuestra lógica por delante, ¿qué demandamos del narrador? Naturalmente, aclarar de uno en uno los misterios. Y el narrador, como que nos escucha, pero nos complace a su modo; es decir nos habla primero de Las Margaritas, que es el nombre del chalet de don Juan Camargo, y nos cuenta del célebre jardín, “una de las peculiaridades más interesantes de nuestro pueblo”, que justifica la existencia del molinete.

Es como si el narrador insistiera en que todo ese entorno de normalidad, todo ese firmamento inamovible de objetos, cada uno en sus lugares, prefigura un espacio/tiempo donde nada podría pasar y donde, sin embargo, algo pasmoso sucede en virtud de las anomalías que van aconteciendo en ese mundo perfecto del instante anterior. Primero falla el molinete. Es decir desaparece, deja de regar el jardín, el más bello del pueblo, que ante nuestros ojos se va tornando seco y amarillento. Pero aquello es imposible en medio de un verano seco, pregona el narrador. Y, lo que es peor, no se le puede imputar a don Juan tamaño descuido “por de pronto lo reputamos pilar del pueblo”.

A continuación el narrador irrumpe con en el retrato de don Juan: “Con fidelidad la estampa retrata el carácter de nuestro cincuentón: elevada estatura, porte corpulento, cabello cano peinado en dóciles mitades… En su vida, regida por la moderación y el orden, nadie, que yo recuerde, computó una debilidad, llámela borrachera, mujerzuela o traspié político… Por algo en años ingratos aquel bigotazo constituyó el manubrio del que la familia sana del pueblo se mantuvo colgada…

Y sigue un pequeño retrato de doña Remedios, madre y consejera de tan abultado hijo.

Pero sigue pendiente el asunto del molinete de riego, propiedad de una persona como don Juan, completamente inaccesible. El autor encuentra para explicación del caso la antípoda perfecta de Juan Camargo: Tadeíto, su ahijado, que vive en el chalet. Este muchacho entre estúpido y genial, alumno del narrador, “sobre cuya testa se reúnen los títulos de peón y dependiente”, va un domingo, “a una hora que se extravió entre las dos y las cuatro de la tarde”, a casa del maestro, casi tumbando las puertas, e interrumpe su pacífica siesta para pedirle los textos de primero, segundo y tercero.

“-¿Podrías informar para qué?
“-Pide padrino –contestó.

Al día siguiente, a la hora de la siesta, padrino pide los libros de tercero, cuarto y quinto. El molinete sigue desaparecido. El asunto naturalmente viaja desde los aposentos del maestro a la barra de amigotes comoDi Pinto, Badaracco, Aldini, Toledo, Chazarreta y el mismo Pomponio, patrón del bar. En esta parte del relato asistimos a conversaciones fenomenales entre los amigos de pueblo: por qué la desaparición del molinete de don Juan y por qué su ahijado, en su nombre, pide textos de escuela.

Badaracco sugiere al maestro: “-¿Por qué no apestillas al respecto al taradito?

Aprobé el temperamento y lo apliqué esa misma noche, después de clase. Traté de marear primero a don Tadeíto con la perogrullada de que la lluvia entona al vegetal, para atacar por fin a fondo. El diálogo fue como sigue:
-¿Se descompaginó el molinete?
-No.
-No lo veo en el jardín.
-¿Cómo lo va a ver?
-¿Por qué cómo lo voy a ver?
-Porque está regando el depósito.
-¿Qué hace don Juan con los textos?
-Los deposita en el depósito
.”

¿Y ahora qué hace el narrador, o qué hace el escritor que haga el narrador? El maestro corre al hotel. ¿Por qué? ¿Por qué no trata de averiguar allí mismo lo que necesitamos saber? Hemos visto progresar la estrategia del relato desde primorosos retratos, avanzamos por diálogos de exploración, y ahora entramos en materia con diálogos más contundentes aún, donde la atmósfera pueblerina se manifiesta en todo su esplendor:

Ante mis comunicaciones, tal como lo preví, cundió la perplejidad entre la juventud. Todos formulamos alguna opinión, pues el buen callar en ese momento era un bochorno.” Pomponio, el patrón del bar pregunta: “¿Por qué no se dan traslado en comitiva y piden explicación a don Juan en persona?
“El sarcasmo despabiló a uno, de apellido Aldini, que estudia por correspondencia y lleva corbata blanca. Enarcando cejas me dijo:
-¿Por qué no ordenas a tu alumno que espíe las conversaciones entre doña Remedios y don Juan? Después le aplicas la picana.
-¿Qué picana?
-Tu autoridad de maestro ciruela –aclaró con odio.
-¿Don Tadeíto tiene memoria? –preguntó Badaracco.
-Tiene –afirmé-. Lo que entra en su caletre por un rato queda fotografiado.
-Don Juan –continuó Aldini- para todo se aconseja de doña Remedios.
-Ante un testigo como el ahijado –declaró Di Pinto- hablarán con completa libertad.
-Si hay misterio, saldrá a relucir –vaticinó Toledo.
Chazarreta, que trabaja de ayudante en la feria, gruñó:
-Si no hay misterio, ¿qué hay?”

A continuación “giran días enteros”. Tadeíto pide esta vez los textos de secundaria y después, sólo periódicos viejos, al kilo, reunidos de la mercería, carnicería y panadería. ¿Y los periódicos? También al depósito.

Después hubo un período en que no ocurrió nada”. –Dice el profesor–: “El alma no tiene arreglo: eché de menos los mismos golpes que antes me arrancaban de la siesta. Quería que pasara algo, bueno o malo. Habituado a la vida intensa ya no me resignaba a la pachorra.

El misterio se revela de inmediato y en forma casi brutal, por lo compacto y sin adornos de su descripción. Habla Tadeíto:

“–Padrino dijo a doña Remedios que tiene una visita viviendo en el depósito y que por poco no se la lleva por delante los otros días, y que él no perdió el aplomo aunque el estado de la misma daba lástima y le recordaba un bagre boqueando fuera de la laguna. Dijo que atinó a traer un balde lleno de agua, porque sin pensarlo comprendió que le pedían agua y él no iba a permitir cruzado de brazos que un semejante muriera. No obtuvo resultado apreciable y prefirió acercar un bebedero a tocar a la visita. De pronto se acordó del molinete y como el médico de cabecera que prueba, corrió a buscar el molinete y lo conectó. A ojos vista el resultado fue apreciable porque el moribundo revivió como si le cayera de lo más bien respirar el aire mojado. Padrino dijo que perdió un rato con su visita, porque le preguntó… si necesitaba algo y que la visita era francamente avispada y al cabo de un cuarto de hora ya picoteaba por acá y por allá alguna palabra en castilla y le pedía los rudimentos para instruirse. Como la visita era francamente avispada aprendió todos los grados en dos días y en uno lo que tuvo ganas del bachillerato. Después, dijo padrino, se puso a leer los diarios para enterarse de cómo andaba el mundo…
“Dijo padrino que la visita quedó pasmada al enterarse de que el gobierno de este mundo no estaba en manos de gente de lo mejorcito, sino mas bien de medias cucharas, cuando no de pelafustanes… Dijo que en otros mundos antes de ahora descubrieron la bomba y que tales mundos fatalmente reventaron. Que los tuvo sin cuidado que reventaran, porque estaban lejos, pero que nuestro mundo está cerca y que ellos temen que una explosión en cadena los envuelva.”

El asunto merece una discusión en la cumbre así que el maestro agarra a Tadeíto y lo lleva al bar. El diálogo es dinámico, intenso y enjundioso.

“-Señores” –dice el narrador–. “Traigo la explicación de todo, una novedad de envergadura y un testigo que no me dejará mentir. Con lujo de detalle don Juan comunicó el hecho a su señora madre y mi fiel alumno no perdió palabra. En el depósito del corralón, aquí no más, pared por medio, está alojado, ¿adivinen quién?, un habitante de otro mundo. No se alarmen señores: aparentemente el viajero no dispone de constitución robusta, ya que tolera mal el aire seco de nuestra ciudad y para que no muera como pescado fuera del agua. Don Juan le enchufó el molinete. Es más: llegó para salvarnos, persuadido de que el mundo va camino de estallar por la bomba atómica y a calzón quitado informó a don Juan de su punto de vista. Es de lamentar que este mozo aquí presente se retiró justo a tiempo de no oír la opinión de doña Remedios, de modo que no sabemos qué resolvieron.
-Sabemos –dijo el librero.
-¿Qué sabemos?
-No se amosque usted –pidió Villarroel–. Si es como usted dice aquello de que el viajero muere si le quitan el molinete, don Juan lo condenó a morir. De casa acá pasé frente a las Margaritas y a la luz de la luna vi perfectamente el molinete que regaba el jardín como antes.
-Yo también lo vi –confirmó Chazarreta.
-Con la mano en el corazón –murmuró Aldini– les digo que el viajero no mintió. Tarde o temprano reventamos con la bomba atómica. No veo escapatoria.
-No me digan que esos viejos, entre ellos, liquidaron nuestra última esperanza.
-Don Juan no quiere que le cambien su composición de lugar –opinó el gallego–. Prefiere que este mundo estalle, a que la salvación venga de otros. Vea usted, es una manera de amar a la humanidad.
-Asco por lo desconocido –comenté–. Oscurantismo.”

Una última propuesta: los amigos conspiran para que, por la noche, Tadeíto reconecte el molinete. Pero el alumno del narrador vuelve luego de un rato interminable para comunicar:

“-El bagre se murió.”

Advertisement