Costumbrismo en CF: “El calamar opta por su tinta”, de Adolfo Bioy Casares

Bagre1

¿Cómo escribir un cuento de Ciencia Ficción sin que parezca de CF? O, mejor todavía; ¿cómo escribir un cuento donde la CF no sea de interés, aunque haya un extraterrestre al acecho?

Bioy Casares lo logra de manera impecable, a través del lenguaje coloquial de un maestro de escuela de pueblo chico donde las actividades, después de clases, se limitan a la siesta y, por la noche, al encuentro con los amigos en la barra de Pomponio.

Del maestrito nunca sabremos su nombre, pero al parecer debe consolarnos que sea un lector exquisito que transita desde “el doctor Jung” y pasa por Víctor Hugo, Walter Scott y Goldoni.

Como he de comunicar un hecho de primer orden, presento mis credenciales al lector”… comienza el narrador su indispensable autorretrato, de paso nos alude y como paisaje de fondo va mencionando sus aficiones, sus amigos y la geografía de su pueblo:

El tema de esta crónica ofrece una particularidad que no quiero omitir; no sólo ocurrió el hecho en mi pueblo; ocurrió en la manzana donde transcurre mi vida entera, donde se halla mi hogar, mi escuelita –mi segundo hogar- y el bar… frente a la estación a la que acudimos… en altas horas, el núcleo con inquietud de la juventud lugareña…

Dados los antecedentes, descrita la geografía, la “atmósfera” del lugar, ¿cómo afrontar el tema, cómo plantear la intriga, cómo hacer una inversión adecuada de información y una administración de los tiempos de entrega de dicha información?

El narrador lo plantea de este modo: “Un par de circunstancias, que no cualquiera vincularía, lo anunciaron: me refiero al pedido de los libros y al retiro del molinete de riego.”

Cuando llegamos a este punto de la narración, bien podríamos preguntarnos: ¿qué “libros”, qué “molinetes de riego”? Si estas palabras nos asombran y nos causan, por lo menos, cierto fruncimiento de intriga, es que estamos en ruta de ser atrapados por el autor. Ahora bien, con nuestra lógica por delante, ¿qué demandamos del narrador? Naturalmente, aclarar de uno en uno los misterios. Y el narrador, como que nos escucha, pero nos complace a su modo; es decir nos habla primero de Las Margaritas, que es el nombre del chalet de don Juan Camargo, y nos cuenta del célebre jardín, “una de las peculiaridades más interesantes de nuestro pueblo”, que justifica la existencia del molinete.

Es como si el narrador insistiera en que todo ese entorno de normalidad, todo ese firmamento inamovible de objetos, cada uno en sus lugares, prefigura un espacio/tiempo donde nada podría pasar y donde, sin embargo, algo pasmoso sucede en virtud de las anomalías que van aconteciendo en ese mundo perfecto del instante anterior. Primero falla el molinete. Es decir desaparece, deja de regar el jardín, el más bello del pueblo, que ante nuestros ojos se va tornando seco y amarillento. Pero aquello es imposible en medio de un verano seco, pregona el narrador. Y, lo que es peor, no se le puede imputar a don Juan tamaño descuido “por de pronto lo reputamos pilar del pueblo”.

A continuación el narrador irrumpe con en el retrato de don Juan: “Con fidelidad la estampa retrata el carácter de nuestro cincuentón: elevada estatura, porte corpulento, cabello cano peinado en dóciles mitades… En su vida, regida por la moderación y el orden, nadie, que yo recuerde, computó una debilidad, llámela borrachera, mujerzuela o traspié político… Por algo en años ingratos aquel bigotazo constituyó el manubrio del que la familia sana del pueblo se mantuvo colgada…

Y sigue un pequeño retrato de doña Remedios, madre y consejera de tan abultado hijo.

Pero sigue pendiente el asunto del molinete de riego, propiedad de una persona como don Juan, completamente inaccesible. El autor encuentra para explicación del caso la antípoda perfecta de Juan Camargo: Tadeíto, su ahijado, que vive en el chalet. Este muchacho entre estúpido y genial, alumno del narrador, “sobre cuya testa se reúnen los títulos de peón y dependiente”, va un domingo, “a una hora que se extravió entre las dos y las cuatro de la tarde”, a casa del maestro, casi tumbando las puertas, e interrumpe su pacífica siesta para pedirle los textos de primero, segundo y tercero.

“-¿Podrías informar para qué?
“-Pide padrino –contestó.

Al día siguiente, a la hora de la siesta, padrino pide los libros de tercero, cuarto y quinto. El molinete sigue desaparecido. El asunto naturalmente viaja desde los aposentos del maestro a la barra de amigotes comoDi Pinto, Badaracco, Aldini, Toledo, Chazarreta y el mismo Pomponio, patrón del bar. En esta parte del relato asistimos a conversaciones fenomenales entre los amigos de pueblo: por qué la desaparición del molinete de don Juan y por qué su ahijado, en su nombre, pide textos de escuela.

Badaracco sugiere al maestro: “-¿Por qué no apestillas al respecto al taradito?

Aprobé el temperamento y lo apliqué esa misma noche, después de clase. Traté de marear primero a don Tadeíto con la perogrullada de que la lluvia entona al vegetal, para atacar por fin a fondo. El diálogo fue como sigue:
-¿Se descompaginó el molinete?
-No.
-No lo veo en el jardín.
-¿Cómo lo va a ver?
-¿Por qué cómo lo voy a ver?
-Porque está regando el depósito.
-¿Qué hace don Juan con los textos?
-Los deposita en el depósito
.”

¿Y ahora qué hace el narrador, o qué hace el escritor que haga el narrador? El maestro corre al hotel. ¿Por qué? ¿Por qué no trata de averiguar allí mismo lo que necesitamos saber? Hemos visto progresar la estrategia del relato desde primorosos retratos, avanzamos por diálogos de exploración, y ahora entramos en materia con diálogos más contundentes aún, donde la atmósfera pueblerina se manifiesta en todo su esplendor:

Ante mis comunicaciones, tal como lo preví, cundió la perplejidad entre la juventud. Todos formulamos alguna opinión, pues el buen callar en ese momento era un bochorno.” Pomponio, el patrón del bar pregunta: “¿Por qué no se dan traslado en comitiva y piden explicación a don Juan en persona?
“El sarcasmo despabiló a uno, de apellido Aldini, que estudia por correspondencia y lleva corbata blanca. Enarcando cejas me dijo:
-¿Por qué no ordenas a tu alumno que espíe las conversaciones entre doña Remedios y don Juan? Después le aplicas la picana.
-¿Qué picana?
-Tu autoridad de maestro ciruela –aclaró con odio.
-¿Don Tadeíto tiene memoria? –preguntó Badaracco.
-Tiene –afirmé-. Lo que entra en su caletre por un rato queda fotografiado.
-Don Juan –continuó Aldini- para todo se aconseja de doña Remedios.
-Ante un testigo como el ahijado –declaró Di Pinto- hablarán con completa libertad.
-Si hay misterio, saldrá a relucir –vaticinó Toledo.
Chazarreta, que trabaja de ayudante en la feria, gruñó:
-Si no hay misterio, ¿qué hay?”

A continuación “giran días enteros”. Tadeíto pide esta vez los textos de secundaria y después, sólo periódicos viejos, al kilo, reunidos de la mercería, carnicería y panadería. ¿Y los periódicos? También al depósito.

Después hubo un período en que no ocurrió nada”. –Dice el profesor–: “El alma no tiene arreglo: eché de menos los mismos golpes que antes me arrancaban de la siesta. Quería que pasara algo, bueno o malo. Habituado a la vida intensa ya no me resignaba a la pachorra.

El misterio se revela de inmediato y en forma casi brutal, por lo compacto y sin adornos de su descripción. Habla Tadeíto:

“–Padrino dijo a doña Remedios que tiene una visita viviendo en el depósito y que por poco no se la lleva por delante los otros días, y que él no perdió el aplomo aunque el estado de la misma daba lástima y le recordaba un bagre boqueando fuera de la laguna. Dijo que atinó a traer un balde lleno de agua, porque sin pensarlo comprendió que le pedían agua y él no iba a permitir cruzado de brazos que un semejante muriera. No obtuvo resultado apreciable y prefirió acercar un bebedero a tocar a la visita. De pronto se acordó del molinete y como el médico de cabecera que prueba, corrió a buscar el molinete y lo conectó. A ojos vista el resultado fue apreciable porque el moribundo revivió como si le cayera de lo más bien respirar el aire mojado. Padrino dijo que perdió un rato con su visita, porque le preguntó… si necesitaba algo y que la visita era francamente avispada y al cabo de un cuarto de hora ya picoteaba por acá y por allá alguna palabra en castilla y le pedía los rudimentos para instruirse. Como la visita era francamente avispada aprendió todos los grados en dos días y en uno lo que tuvo ganas del bachillerato. Después, dijo padrino, se puso a leer los diarios para enterarse de cómo andaba el mundo…
“Dijo padrino que la visita quedó pasmada al enterarse de que el gobierno de este mundo no estaba en manos de gente de lo mejorcito, sino mas bien de medias cucharas, cuando no de pelafustanes… Dijo que en otros mundos antes de ahora descubrieron la bomba y que tales mundos fatalmente reventaron. Que los tuvo sin cuidado que reventaran, porque estaban lejos, pero que nuestro mundo está cerca y que ellos temen que una explosión en cadena los envuelva.”

El asunto merece una discusión en la cumbre así que el maestro agarra a Tadeíto y lo lleva al bar. El diálogo es dinámico, intenso y enjundioso.

“-Señores” –dice el narrador–. “Traigo la explicación de todo, una novedad de envergadura y un testigo que no me dejará mentir. Con lujo de detalle don Juan comunicó el hecho a su señora madre y mi fiel alumno no perdió palabra. En el depósito del corralón, aquí no más, pared por medio, está alojado, ¿adivinen quién?, un habitante de otro mundo. No se alarmen señores: aparentemente el viajero no dispone de constitución robusta, ya que tolera mal el aire seco de nuestra ciudad y para que no muera como pescado fuera del agua. Don Juan le enchufó el molinete. Es más: llegó para salvarnos, persuadido de que el mundo va camino de estallar por la bomba atómica y a calzón quitado informó a don Juan de su punto de vista. Es de lamentar que este mozo aquí presente se retiró justo a tiempo de no oír la opinión de doña Remedios, de modo que no sabemos qué resolvieron.
-Sabemos –dijo el librero.
-¿Qué sabemos?
-No se amosque usted –pidió Villarroel–. Si es como usted dice aquello de que el viajero muere si le quitan el molinete, don Juan lo condenó a morir. De casa acá pasé frente a las Margaritas y a la luz de la luna vi perfectamente el molinete que regaba el jardín como antes.
-Yo también lo vi –confirmó Chazarreta.
-Con la mano en el corazón –murmuró Aldini– les digo que el viajero no mintió. Tarde o temprano reventamos con la bomba atómica. No veo escapatoria.
-No me digan que esos viejos, entre ellos, liquidaron nuestra última esperanza.
-Don Juan no quiere que le cambien su composición de lugar –opinó el gallego–. Prefiere que este mundo estalle, a que la salvación venga de otros. Vea usted, es una manera de amar a la humanidad.
-Asco por lo desconocido –comenté–. Oscurantismo.”

Una última propuesta: los amigos conspiran para que, por la noche, Tadeíto reconecte el molinete. Pero el alumno del narrador vuelve luego de un rato interminable para comunicar:

“-El bagre se murió.”

Advertisement

EL sueño de la suerte, por José Luis Barrera

III lugar de Fantasía en el concurso literario EQUINOCCIO 2014 de Ciencia Ficción y Fantasía

Ruco

Benito Adolfo Gutiérrez fue entusiasmadísimo a la Conferencia de Jóvenes Naturalmente Estudiantes –COJONES– en Ignorancia, la capital de la República de Estulticia, pero la primera ponencia era tan aburrida que se quedó dormido y no pudo volver a despertarse. Sus amigos probaron primero dándole ligeros empujones, luego violentos; echándole agua helada y caliente o propinándole puntapiés en la cara y en los genitales. Todo fue inútil: el otrora estudiante mediocre de Sociología de la Universidad Católica con aficiones políticas parecía un muerto; su cuerpo estaba completamente tieso y solo por sus ronquidos se podía alegar que la vida aún lo animaba.
La madre, una viuda de escasos recursos que había conseguido una beca para su vástago gracias a su empleo como jefa de limpieza de la universidad, clamó por ayuda para repatriar a su bello durmiente; nadie escuchaba sus ruegos, ni sus jesuíticos jefes ni los pocos familiares que la mujer tenía en Manabí. El drama estaba cobrando proporciones desastrosas porque un ministro de Estulticia dijo que “la patria no puede hacerse cargo de un bulto que no es suyo”, ordenando que las autoridades policiales abandonasen al dormido en aguas internacionales si ninguno de sus compatriotas se hacía cargo de él en el transcurso de máximo setenta y dos horas.
El incidente se zanjó cuando el canciller ecuatoriano intervino ordenando que se sacaran fondos del erario nacional para repatriar al estudiante dormido “con el fin de que pueda reposar en el seno materno”.

La llegada de Benito Adolfo Gutiérrez a Quito fue un acontecimiento mediático de primer orden. La prensa local y extranjera se había dado cita en el nuevo aeropuerto de Tababela a las once en punto, sin embargo no pudieron presenciar el arribo del avión hasta pasadas las doce por culpa del dios Eolo, quien tiene su mansión justo en esa zona del Ecuador.
La compuerta de pasajeros se abrió cuarto de hora antes de la una y, para decepción de los periodistas y de los curiosos en general, el dormido no hizo acto de presencia. Ante los gritos de protesta y enojo del público, tuvo que emerger de la aeronave el piloto para informar que Gutiérrez los estaba esperando en la sala de recepción de equipajes, pues él y su cama habían viajado con el resto de maletas.
Una multitud echó a correr en dirección de aquella sala encontrándose con una cama no mucho más grande que un ataúd en la que el joven de veintitrés años y piel cetrina reposaba plácidamente, ajeno a la gente y al ruido del aeropuerto. Las personas permanecieron estáticas frente al dormilón esperando quizá una reacción, mas, de repente, alguien los sacó de su éxtasis gritando: “¡es el presidente!”
En efecto, en ese instante el primer mandatario se abría paso entre la multitud ayudado por sus cientos de miles de guardaespaldas y, levantando las manos para pedir que hicieran silencio, se puso a improvisar un hermoso discurso en el que se exhortaba a la juventud a seguir el ejemplo del joven Benito Adolfo Gutiérrez, “quien lucha incansablemente para mantener su sueño y al que ni las fuerzas anti–latinoamericanas lograrían someterlo a una vigilia vergonzosa”.
La gente allí reunida estalló en aplausos y luego voltearon a ver al estudiante con la esperanza de que aquel discurso hubiese tenido algún efecto sobre él. Este solo roncó. De todas maneras, el público luego de unos segundos de estupor bramó regocijado: era la pieza oratoria más excelsa de la historia.
Los alaridos de admiración y los aplausos no cesaron ni después de quince minutos y yo escuché que el presidente de la República, mientras salía discretamente, le ordenaba a uno de sus guardaespaldas que le pusiera “el ojo a ese mocoso porque puede cortar una pata del solio presidencial para que me vaya a la mierda…”
De la noche a la mañana, Gutiérrez se transformó en una celebridad. Lo invitaban a los programas de entrevistas serios y los no tan serios, le aparecieron amantes que él nunca había conocido e hijos que jamás engendró; incluso en una localidad de la provincia de Riobamba lo nombraron santo, endosándole milagros como curar ciegos o embarazar vírgenes sin tocarlas. Los empresarios nacionales también salieron beneficiados por la aparición del “Bello Durmiente” –como lo llamaban los periodistas en general desde su llegada a Quito–, manufacturando una gama de productos con su imagen que iban desde las camisetas y los “jabones para zonas íntimas” hasta unos cereales edulcorados que pretendían aniquilar el monopolio de Kellogg’s.
La madre de Benito Adolfo Gutiérrez, sin embargo, continuaba viviendo en medio de la pobreza sin que jamás hubiera visto un céntimo de toda la fortuna que hacían otros a costa de su hijo.
A este, por otra parte, los políticos, ávidos por conquistarlo para su bando, lo mantenían a cuerpo de rey sobre su cama aunque él solo respondiera con un ronquido despectivo a cualquier intento de seducción.
Si bien los placeres del poder no parecían llamar su atención, los de la carne sí: en varias ocasiones, damas de toda clase y reputación fueron sorprendidas saliendo de su cuarto en el Hotel Majestic –donde un miembro del partido de gobierno lo había encerrado en su anhelo de atraparlo para las próximas elecciones– y no era infrecuente que estas se enfrascaran en auténticos combates gatunos si es que se cruzaban en alguno de los pasillos.
Cierta mañana una comisión de miembros de un partido –cuya ideología era de derecha izquierdista central– se presentaron en la habitación de Benito Adolfo Gutiérrez con la propuesta de convertirlo en el próximo presidente de “la malhadada República del Ecuador”. Con un discurso lleno de circunloquios y palabras ridículamente anacrónicas le hicieron ver al durmiente que su participación representaba un hito en la historia de la patria y que no había existido desde los tiempos del general Eloy Alfaro una figura tan decisiva y con un porvenir tan brillante como el suyo. El homenajeado roncó y los políticos tomaron aquello como una aprobación sin condiciones.
A partir de ese instante el estudiante dormido y su cama fueron traslados de un rincón a otro de la República en el balde de camiones vetustos donde quedaba cubierto de esmog y, de vez en cuando, de lluvia, tierra y piedras.
El sueño de Gutiérrez, sin embargo, permanecía imperturbable. Sin importar si lo colocaban en el escenario de algún teatro de la gran ciudad o en una tarima rodeada de gallinas cluecas en medio de un pueblo de cuyo nombre nadie ha querido acordarse, el “Bello Durmiente” no daba la menor señal de vida, excepto por sus fuertes… fuertísimos ronquidos.

En un caserío de la costa ecuatoriana alguien le preguntó por un plan de contingencia en el caso de que se produjera una sequía como la que el año anterior que aniquiló a los cultivos de arroz.
—¡AAAAAAARRRRRRRRR! – fue la respuesta.
En la capital le averiguaron su opinión sobre el nivel independencia que deben mantener los gobiernos seccionales con respecto del gobierno central.
—¡AAAAAAAAAARRRRRRRRRRR! ¡AAAAAARRRRRG! –contestó el interpelado.
En un mitin de los candidatos de la lista para asambleístas clamaron por su intervención.
—¡AAAAAAAAAAAAAARRRRRRRRRR! ¡AAAAAAAAAAAAAARRRRRRGG! –dijo el candidato estrella una vez más.
Y así la campaña transcurrió entre ronquidos, bostezos y cabezadas; ¡nunca había sido tan lúcida la política ecuatoriana como durante esos meses!

Cierto día la prensa gobiernista amaneció con una noticia a siete columnas y en primera página: “LOS ESTUDIANTES ESTÁN HARTOS DE LA DEMAGOGIA: SE ANUNCIA EL AMANECER DEL DURMIENTE”. El texto informaba que un grupo de universitarios, cansados de la campaña de Benito Adolfo Gutiérrez boicotearían un evento en el teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, sacando a la luz “los trapos sucios de ese corrupto”. En seguida el presidente de la República proclamó su apoyo irrestricto a esos valientes defensores de la patria.
Sin embargo, durante los primeros treinta minutos del acto, los ronquidos armónicos del “Bello Durmiente” no fueron interrumpidos por nadie y muchos supusimos que esa publicación era el último intento de la Secretaría de Comunicación por vencer a un rival que las encuestas daban por ganador indiscutible.
Cuando la catarata de ronquidos iba a finalizar una muchacha lanzó un zapato contra el candidato de la derecha izquierdista central y, acto seguido, hicieron lo mismo treinta estudiantes, dejando a Gutiérrez literalmente sepultado bajo el cuero.
Sus coidearios se apresuraron a sacarlo, descubriendo consternados que el “Bello Durmiente” finalmente había despertado.

El despertar de un buen sueño transforma a la realidad en pesadilla y para Benito Adolfo Gutiérrez esa fue una realidad terrible: de la noche a la mañana pasó de ser una celebridad, un político brillante y el mejor amante del mundo a un donnadie. Todo su carisma había desaparecido con su despertar y la gente lo rechazaba, su popularidad se fue a pique y sus coidearios optaron por cambiar a su candidato presidencial.
Naturalmente fracasaron y el gobiernista, que criticaba la posición de derecha izquierdista central de su contendiente desde su línea de izquierda derechista central, avasalló a la oposición sin problemas.
Mientras tanto, el ex –“Bello Durmiente”, destrozado por su fracaso, buscaba refugio en las drogas y el licor, aunque nada parecía satisfacerlo.
Las mujeres ahora no solo que lo ignoraban, sino que le huían asqueadas, y tanto políticos como viejos amigos hacían lo posible por no cruzarse en su camino.
Una noche lo encontré en un bar ahogando sus penas con aguardiente.
—¿No quiere un trago? –me dijo con tono plañidero.
En otras circunstancias me hubiese negado, pero un ídolo en desgracia es un tema que mueve a la curiosidad. Me contó, pensando que no lo reconocía, toda su historia –fragmentaria para él gracias a su largo sueño– y, al final, dijo que barajaba la posibilidad del suicidio.
—No es justo que me pase esto; desde niño aspiré a la fama y el éxito y cuando por fin los conseguí ni siquiera pude disfrutarlos porque estaba dormido; es como un sueño o peor, porque esos, al menos mientras duran, proporcionan placer… ¡Yo no me acuerdo ni de las mujeres que me tiré!
Bebimos hasta las cuatro de la mañana, luego el cantinero nos echó.
—¡Me largo, ya es hora de que me vaya a dormir!
Su tono me hizo pensar que había tomado una decisión fatal e intenté disuadirlo, pero él me rechazó alegando que era incapaz de comprenderlo. En seguida se fue dándome un empujón.
Lo seguí. Parecía que caminaba sin un rumbo fijo, tambaleándose por la borrachera. De pronto, nos metimos por una callejuela que iba a dar en la loma del Itchimbía y, aún con el cerebro nublado por el aguardiente, me puse a reflexionar. ¿Vivía él allí? ¿O quizá su madre?
Mientras divagaba arribamos a una zona donde a un lado de la calle se encontraba un barranco. Comprendí todo: pretendía despeñarse.
—¡Deténgase!
—¡No se meta, pendejo! –exclamó, al tiempo que echaba a correr en medio de la calle–. ¡Es mi vida…!
En ese instante escuché una sirena, alcanzando apenas a lanzarme sobre la vereda antes de que una ambulancia, que bajaba de lo más alto de la loma a toda velocidad, me arrollara. Benito Adolfo Gutiérrez, en cambio, fue impulsado al menos unos veinte metros antes de caer al asfalto dando tumbos. Murió al instante.
Esa noche pasé en un retén policial rindiendo declaraciones, mientras una escritora de cierto periódico sensacionalista costeño –único medio interesado en la historia– me miraba de vez en cuando con expresión de repugnancia y apuntaba en su libreta lo que yo o el gendarme decíamos. Alcancé a leer en una de las hojas: “Posible título: ‘OTRO ALCOHÓLICO QUE NO DESCANSARÁ EN PAZ’ ”

El cómic nuestro de cada día, II

“TlönCapturaMex
Para el drama social con humor negro, metafórico y literal, teníamos en Memín Pingüín (Yolanda Vargas) a su más atildado y conmovedor representante; para el humor Viruta y Capulina (Morales y Macedo), una versión completamente original y latinoamericana del Gordo y el Flaco, que fue llevada al cine en varias ocasiones. No tiene parangón en el mundo del cómic, esa especie de “terror grotesco” del que hacen gala Hermelinda Linda o Aniceto (en el caso de Hermelinda sus autores al parecer son varios, en cuanto a Aniceto, no hay créditos en las publicaciones). Para aventuras tipo Tarzán o Jungle Jim, el contrapunto perfecto y originalísimo lo constituye las andanzas de Chanoc (Lucenay, Zapiain, de la Torre) y su padrino y camarada Tsekub Baloyán, también Tawa (el hombre Gacela, rey absoluto del mundo de Av-les) y Rolando el Rabioso (la analogía va de vuestra cuenta). Muchas de estas historietas eran originalmente versiones locales de otras historietas norteamericanas, pero como en el caso de Rolando, el personaje y sus historias tomaron personalidad propia y rumbos más vivenciales y actuales.
Fantomas
Roldán
Para los policíacos figuraban como representantes Fantomas, Kerry Drake, Dick Tracy o el Agente X09. Para los amantes de la CF (entre los que me alineaba con mucho entusiasmo) aparecen los cómics anglo sajones como “Roldán, el temerario” (nombre heredado seguramente de la II Guerra Mundial cuando Flash Gordon tuvo que cambiar de pasaporte para ser admitido entre españoles e italianos y cruzar la igualmente escabrosa barrera político-ideológica de entonces), Súperman (con el españolizado nombre de Clarquén) , Batman, Linterna verde y la siempre destapada Mujer Maravilla.
Especial mención merece la constante aparición de personalidades en el mundo del cómic mexicano… Aquí vemos al querido Carlos Monsiváis en una escena de Chanoc. En otro cómic de “Santo, el Enmascarado de Plata” Monsiváis aparece luchando al catch as can con el enmascarado. “Que la Literatura imite a la Historia, ya era suficientemente pasmoso”, dice Borges, “que la historia copie a la literatura es inconcebible”, nosotros añadimos: “que la cultura popular imite los cómics es pan comido”. En uno de los números más célebres de Fantomas “La Inteligencia en llamas”, aparecen Cortázar, Octavio Paz, Alberto de Moravia, Susan Sontag, entre otros escritores, y luego el mismo Cortázar narraría una historia donde Fantomas es el protagonista… La gran conspiración del cómic tiene, por lo tanto, alcance mundial, sus creadores no están articulados (¿o sí?) ni trabajan de común acuerdo (¿o sí?), y no hay quien escape. Obviamente, cuando en la vida se entremete limpiamente el cómic, es que ya se topan instancias políticas en su accionar.
Chanoc y Monsiváis
En una de las más irónicas facetas del bombardeo de Bagdad por parte de los Estados Unidos y sus aliados, el periodista Amaro Gómez Pablos entrevista en la víspera a una familia iraquí. El muchacho –que hablaba correctamente el castellano, aprendido en la universidad de Bagdad y que cantaba canciones de Manolo Otero, si no recuerdo mal-, vivía con su familia de manera modesta y completamente aterrada. Recuerdo que las mujeres de la casa pusieron la mesa y sobre ella un mantel declaraba el tipo de sociedad que los “aliados” se prestaban a reducir alegremente a escombros. Sobre un fondo verde estaba la imagen inconfundible, con una zanahoria en mano, de Bugs Bunny preguntando, seguramente… ¿Y qué hay de nuevo, viejo?
Como ven, al parecer hay muy pocos ciudadanos inmunes a esta suerte de conspiración mundial.
Astérix (Uderzo-Goscinny), por su parte es responsable de los latinajos de muchos amigos míos (desde cane vanem: cuidado con el perro; hasta lo de Delenda Cartago), de los detalles de interiorismo romano, época republicana, de la arquitectura de sus palacios, del foro y de la entera ciudad de Roma, de trajes y costumbres, y del sin número de pueblos y culturas que habitaban en los confines imperiales, “y que se negaban obstinadamente a desaparecer”
Captura2
EL CÓMIC Y OTROS CREADORES
Captura3
Las ilustraciones que preceden a estas líneas corresponden a “La hermandad de la lanza”; una serie adscrita a las aventuras de Tarzán de los Monos. Es recordada en particular por nuestro amigo y escritor Jorge Dávila. Él, desde niño adquirió la infección del cómic, no la ha podido ni querido erradicar y reconoce la fortaleza del cómic en su formación.
A fin de comprobar el éxito de la conspiración de tipo Tlöniano por parte del mundo cómic en nuestro pobre mundo, hice varias consultas. Descubrí que el 30% de los consultados son o han sido inmunes a esta plaga. Pero hay visos esperanzadores de que puedan ser inoculados satisfactoriamente con este virus, principalmente cuando de ilustrar libros se trata.
Del 70% restante, el 30% son poetas que, si bien han explorado el cómic, este no ha sido tan gravitante en sus vidas ni en su creatividad… ¿Contará la poesía con anti cuerpos capaces de disminuir el –llamémosle- efecto cómic tanto en su vida como en su creación?
La mayoría restante, por su parte, se ha “entregado” sin reparos a la conspiración Tlöniana sin discriminar cómics, sean estos políticamente sensibles, humorísticamente agrios, o dramáticamente cursis. Todos los seguidores del cómic tienen la esperanza de encontrar entre sus ilustraciones y textos alguna genialidad perdida cuyo hallazgo los vindique y justifique.
Esta actitud, aunada a la falta de crítica especializada, provoca que la situación actual de la historieta nacional, a pesar de su calidad, no sea tan prometedora como sus creadores pudieran esperar. Lo cual parece extraño, porque la penetración de la historieta en el mundo es tan incisiva y encantadora, que resulta difícil sustraerse de tal encantamiento. Faltan buenas historias y personajes plausibes.
Otros indicadores revelan que, de acuerdo a su juventud, la lectura de cómics disminuye ante la presencia apabullante no sólo de la Televisión, sino de los inventos electro magnéticos de replicación de imágenes y sonido (VHS, DVD, Blue ray, celulares, PADs, etc.). Efectivamente, entre los escritores jóvenes consultados, han sido menos afectos a la lectura de cómics, entre otras razones porque vinieron al mundo cuando ya estos habían incursionado con mayor éxito en el cine y en la televisión. Para estos, su contacto con el cómic es más bien tardío y gobernado por la seducción del Manga japonés, por la ironía social de Mafalda, por el stress de Lorenzo (y Pepita), o por el candor de la Pequeña Lulú.
MeñaLu
Muchos amigos se jactan de hacer emparedados a la usanza de Lorenzo…
Lorenzo
o reniegan del maniqueísmo Disney encarnado en los Chicos Malos vs. los eternos sobrinos y nietos de Mac Pato.
Chicos malos
Ninguno de los entrevistados reveló conocer de la existencia del libro “Para leer al Pato Donald” del dueto Dorfman/Mattelar, escrito en Chile a comienzos de los setenta, y en plena revolución Allendista. El libro desmantelaba con mucha precisión el fenómeno de penetración ideológica desde el centro del poder hacia América Latina a través de los cómics más difundidos del mundo. Dicho esfuerzo editorial no debió ser tan extenuante si se mira que los textos Disney nunca fueron ambiguos; todo lo contrario, eran muy explícitos en sus posturas políticas de guerra fría y, como se podrá entender, su mensaje realmente era mundial.
Las encuestas que realicé también han revelado otra influencia innegable del cómic. Entre mis amigos generacionales de Guayaquil, la costumbre de leer el diario por su página final está muy arraigada. ¿Motivos? Los comics siempre estaban en la última página, precedidos de la página deportiva. Había un ritual que consistía en echarse boca abajo en la cama, extender el periódico en el piso y comenzar a leerlo, de atrás para adelante, en el peor de los casos. Como se era joven, comenzábamos de atrás para la mitad, y pare de contar.
MEA CULPA
Captura4
Estas son ilustraciones de Joaquín Serrano para la “Era del Asombro”. La costumbre de ilustrar mis cuentos me llevó a encontrar en Joaquín un refuerzo notable para el concepto de ciencia ficción que escribía por entonces. Hoy nos enfrentamos con otras novedades fruto de las tendencias lectoras: la Novela Gráfica. ¿Qué la vuelve posible en nuestro medio? Las facilidades que la tecnología ofrece para el levantamiento de textos y pureza de los rasgos dibujados o iluminados, la emergencia de nuevos escritores e ilustradores, y la emergencia de una buena cantidad de lectores. Umbertto Eco dice que la juventud de hoy escribe y lee más que nunca (por gracia de las redes sociales) y que le falta dar el salto cualitativo en esa lectura. Esta parte es la más complicada.
No sé si persistan en los alcances de esa noble tarea, pero muchos de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura incluyeron cierta vez la novela gráfica. Si no hubo muchos participantes, es hora de que los unos persistan en los concursos y los otros se pongan a trabajar, pero planificando unas adecuadas líneas de distribución y de difusión. Hay las condiciones para llevar a cabo campañas masivas de distribución del cómic nacional.
No siempre sabemos aprovechar los momentos creativos, que suelen ser tan elusivos cuando más los necesitamos. Esto debe cambiar. Se trata, naturalmente, de una jornada intensa que demanda tenacidad y calidad de trabajo.
Para corroborar la sospecha de la gran conspiración tipo Tlöniano que es el cómix, termino con la frase de Borges:
“Ahora tenía en las manos un vasto fragmento metódico de la historia total de un planeta desconocido, con sus arquitecturas y sus barajas, con el pavor de sus mitologías y el rumor de sus lenguas, con sus emperadores y sus mares, con sus minerales y sus pájaros y sus peces, con su álgebra y su fuego, con su controversia teológica y metafísica. Entonces desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El Mundo será ”… ¡un gran cómic!

El Cómic nuestro de cada día, I

Vaidal
(Este artículo apareció en el número de enero de la revista “Rocinante”)
La historia de la historieta nacional ha recibido singular cobertura en los últimos tiempos. Jaime Zavala hace una estupenda semblanza en el número del 14 de abril de 2014 de Cartón Piedra, y algunas semanas después (El Universo, 7 de noviembre) aparece un artículo relacionado con el día de la historieta nacional, propuesta lanzada por el grupo Mono Cómic y que conmemora la aparición del primer cómic ecuatoriano, fechado el 7 de noviembre de 1885 (“El Perico”, por Francisco Martínez Aguirre).
Cien años después (1985) Fernando Naranjo publicaría en El Meridiano de Guayaquil la historieta “Quil, la chica del futuro” sin pena ni gloria, justo es decirlo, puesto que no aparece en ninguna de las crónicas arriba citadas. La historieta cuenta con su historia paralela. Por entonces Naranjo trabajaba en el desarrollo de su personaje: “Vaidal, el insurgente”. El editor en jefe de “El Meridiano” era el poeta Fernando “el Ronco” Artieda, quien me puso en contacto con sus propietarios. No contento con la oferta que se me hizo por los derechos de Vaidal, propuse escribir la historia de la madre de Vaidal (que, por cierto debía ser “Baidal”, apellido cholo que no tenía empatía con el concepto gráfico que me había propuesto realizar para la historieta) y así fue como salió a circular… Por poco tiempo. No guardo recortes de la serie, pero conservo el primer arte, a la usanza del ilustrador Druillet, que diseñé como portada para la novela gráfica “Vaidal, el Insurgente”, de donde surge el Universo creado para “La Era del Asombro” (1994, Abrapalabra editores), y para algunos cuentos de “Cuídate de las Corioliss de Agosto”(2005, Quimera Editores).
Suele suceder. Yo no me quejo. Crear la historia de Quil, dibujarla, y después verla publicada resultó ser una experiencia tan gratificante, que ha compensado la injusta omisión de su existencia. Llegar a su realización precisó, sin embargo, de una esmerada y rigurosa formación que comenzó –como debe ser- en el hogar. Y en el idioma nativo. Estamos hablando de mi aprendizaje como lector, evento que ubico al comenzar los 60…
“Muchacho, estás elevado, ¿quién eres? Pareces Júpiter Pluvioso”.
La que habla es mi madre; el paciente, el pupilo, o el discente, por decirlo de algún modo, era yo. Y “Júpiter Pluvioso” era un personaje de cómic, seguramente argentino, de aquellos que disciplinada y periódicamente poblaban las páginas del “primer diario nacional” allá por los 60s del siglo XX. Conforme pasaba el tiempo y ya me alimentaba de cómics (light, les dirían ahora) descubrí que no sólo ella sino mis tíos y abuelos pasaban intercambiando frases y aforismos, como de igual modo lo hacen politólogos o científicos, acreditando la fuente y a sus autores para respaldar sus juicios. Para mi abuela era un pecado que me las pasara leyendo “esos Penecas”. Lo cierto es que yo no viví para leer esa publicación, pero era el genérico de entonces para cómic. Tiempo después, si mi chica no era de su agrado, las comparaciones de su fisonomía con la de ciertas heroínas de cómic, garantizaba al menos una revisión concienzuda de su apariencia.
“Esa muchacha que te gusta tiene la misma boca de Ulanita”… Ulanita, novia de Trucutú, el troglodita:
Trucutú
Por entonces Jorge Luis Borges había publicado ya su cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Pero el destino, mis hados particulares, o la Divina Providencia, cuyos caminos han sido, son y serán inescrutables, determinaron que no conociese al tan mentado sujeto sino una década después. Nada podía decir entonces de la fantástica conspiración Tlöniana, que consistía en penetrar a las instituciones, organismos y países mundiales, como si se tratara de una infección lenta e irreversible, hasta que todo se hubiese transformado en ese planeta forjado en las páginas de una enciclopedia inencontrable.
Lo que me consta es que esa conspiración de tipo Tlöniano se ha infiltrado y propagado en la mente de muchos ecuatorianos en estos 130 años que median entre la publicación de “El Perico” y nuestros días. El éxito de tal efectividad radica, sin duda, en la toma por asalto de la naturalidad cotidiana por parte de textos, personajes y aforismos pertenecientes al mundo de la historieta. ¿Ha sucedido lo mismo a nivel mundial? También sin duda. ¿Es temible el asunto? Para nada, esa es mi postura. De hecho, el mundo del cómic puede ser más franco y directo que el mundo convencional:
Ejemplos al canto:
Avivato
Este sujeto a ratos odioso es Avivato. El diccionario de la RAE no registra la palabra “avivato” como sinónimo de sabido, audaz, sinvergüenza, pretencioso, vividor, o inescrupuloso, de modo que se puede colegir que cuando algún político nuestro despotrica contra algún colega “avivato” está aludiendo directa o indirectamente al personaje de la historieta, original de Lino Palacio, nombre obtenido a su vez del lunfardo argentino.
Este otro personaje es Fúlmine (Guillermo Divito), eterno posesionario de la mala suerte y las desgracias, una caja de Pandora ambulante. A pesar de que el personaje ha desaparecido de la página de cómics de nuestros diarios, generaciones que jamás lo vieron persisten en bautizar con ese mote a cuanto salado se cruza por sus vidas.
Fulmine
Y si presumes de ser querido por todos, pues todo lo opuesto (por ladino, oportunista, hipócrita, estafador, aparte de elegante y sonriente) está reencarnado en Falluteli, también criatura de Divito, que es el tipo de burócrata dos caras que más que un inepto es un predicador y divulgador de las ineptitudes ajenas, cuya presencia es tan desafortunada como la de Fúlmine.
Falluteli
Y siguen los ejemplos, como si se tratara de desfile de pasarela: Pochita Morfoni, Bombolo, Pomponio (y su consumista mujer), los mortificantes personajes de Disney con sus sobrinos sin papás, noviazgos infinitos, y agentes confesos de la Guerra Fría, además todos los héroes Marvel, etc.
Yo sé que el mundo del cómic es predominantemente gringo, pero en aquellos tiempos yo no ejercía discrimen alguno entre los cómics americanos, mexicanos o argentinos… Con tal que me dieran insumos para defenderme en la vida de forma adecuada y “culta”. Menos recordados son, pues, los héroes y anti héroes de creación mexicana… Pero todo es cuestión de removerles el ánima. De muchacho, en plena Era de la Radio, cuando aún no llegaba la TV al Ecuador planetario, existían los puestos de revistas de alquiler y existía Editorial Novaro. Igual que las futuras tiendas de VHSs o de venta de CDs, donde habría para todos los gustos, cuando iba de fin de semana a casa de mis primos alquilábamos historietas de amor, acción, drama social, caricatura, ciencia ficción, etc. Las novelas gráficas de romances, dibujadas en alto contraste, con aquella tipología de mujer de enormes y puntiagudos senos, mirada siniestra, labios frondosos y entreabiertos, cintura de avispa y trajes de raso que brillaban a lo largo de toda su escultura, creada por Franz Frazetta y que fuera replicada por todos los ilustradores del mundo, buscaban (¡y lo conseguían!) despertar la líbido de los inocentes muchachos de entonces.
Frazet

Mis amigos, los que ya no están

Miguelón

Esto es lo que suele hacer uno con los amigos: esperar a que se mueran para dedicarles un libro, una poesía, o hacerles un retrato. Uno puede decir “pero es que este cojudo se va sin previo aviso, y así no hay cómo”. Y así se nos van yendo y no hay cómo atajarlos. Total es que corrí, literalmente, a dibujar a Miguel Donoso… ¿Para qué? Felizmente operan las redes y el boceto circula para un montón de gente, menos para él.
Son muchos los amigos que se me han ido, sin consulta previa. Pero de todos ellos, al flaco Antonio Zambrano sí le hice en vida un retrato en gran formato; lo pinté como si se tratara de Hari Seldon sobre la superficie de Trántor. Mi pana era un hombre elegante y constructor consumado, por tanto demandó que su traje fuese blanco, zapatos blancos (como de cualquier chulo) y camisa azul porque era emelecista (uno debe perdonar esos excesos). Se fue antes de lo de las Torres gemelas, antes del feriado bancario (al hombre, aunque derechoso, le habría sentado muy mal tremenda bajeza), antes de que se me ocurriera escribir “Guasmo Sur”. Como le encantaba la Salsa y él, personalmente, me había iniciado en el falsete de Ismael Rivera, la música que debe escucharse de fondo, el día que Guasmo Sur se convierta en película, debe ser “Severa”.
Tiempo después se fue el flaco Moreano. El arquitecto Héctor Moreano Ordóñez, por más señas. ¡Qué dichoso que sería hoy día! No había nada que lo hiciera más feliz que el país contara con un líder que pusiera a la burguesía en su lugar. En tiempos del finado Roldós, no hubo frase que lo sedujera tanto como la que le endilgó Jaime a León Febres Cordero: “Insolente recadero de la oligarquía”. Adoraba a Roldós exclusivamente por eso.
Pues del flaco no hubo retrato. Una lástima que podría subsanarse cuando “el Rumbero” encuentre una semblanza adecuada de su padre.
Se fue el Ronco Artieda. Nunca lo dibujé. Que se aparezcan Lourdes o la Renata y desfacemos esa falla. Me fue presentado por Calderón Chico antes del 85.
A mi tocayo lindo le encantaba vivir. Cuando ya andaba medio abollado, pero estaba ya recuperado laboralmente de su abreviado paso por el gobierno de Agdalá (no olvidar: nadie le daba trabajo), le dije que por qué no se hacía tratar de los médicos de la empresa (Ecuavisa). “Mira, loco”, me dijo. “Lo que sucede es que yo necesito un médico bueno, uno que me diga chupe, señor Artieda, a-jú-me-se, váyase de farra. Y ninguno me dice nada de eso, ¿tú crees que yo voy a ser tan gil de hacerme tratar por cualquiera? Entonces las veladas florecían en su casa o donde fuera… Para uno de mis cumpleaños, cantamos tangos con Florencio Compte y con el otro tocayo, Fernando Carrera, estaba Esquilo Morán, la futura ministra Valverde, el compadre Joaquín Serrano, mi hermano Adrián, el viejo Hugo Avilés, entre otros… Mi tocayo Artieda tenía pista como darse mil volteretas, pero se fue, y muy sufridamente.
Y se fue Calderón Chico. Carlos Alberto Calderón Chico. En todo sitio creo haber admitido que mi posibilidad de escribir fue, antes que nada, asunto suyo. Le gustaba que pudiera escribir “complicado” y, sin más preámbulos me metió en una antología (Número 9 de la serie Letras del Ecuador de la CCNG, durante la presidencia de Rafael Díaz) donde, entre otros, figuraba Iván Egüez con un fragmento de La Linares. Ese era Carlos. Nunca he encontrado a nadie tan temerario y confiado de sus dotes persuasivas. En la FIL de Caracas de 2008 me confesó, preocupadísimo, que no sabía cómo se iba a poder llevar al Ecuador 3 CAJAS de libros que había logrado reunir. Estábamos en el parque de los Caobos, cuando vimos pasar al Ministro de la Cultura Popular (siguen los títulos). Carlos detuvo al hombre, le contó de su angustia y sí señor, Carlos tuvo sus tres cajas en Guayaquil.
Carlos me presentó a Miguel Donoso. Por entonces no había un alma ecuatoriana que medio pellizcara algún arte, alguna destreza, alguna gestión cultural que Carlos no conociese. Además, un libro de Miguelón había sido la primera obra seria, digamos, que leímos hacia la parte final de nuestra secundaria: “La hora del lobo”… Me figuro que supimos de su existencia por Otón Muñoz, que era nuestro profesor de Literatura. Estudiábamos a dos cuadras de la CCNG, y de allí al siguiente libro, que fue “Generación Huracanada”, mediaban solo unos trescientos metros.
Llegó Miguelón a Tierra sagrada (Guayaquil, aclaremos: ahora que hay tantas tierras sagradas por el país), y surgió ese asunto de los talleres. Por allí anduvo el negro Velasco, anduvo el Itúrburu, la Miraglia, los Holst… A lo que voy es que después de un tiempo fue presidente de la CCNG.
Y también dejó de serlo. Cierta ocasión fui a las oficinas de la revista “La Otra” que él dirigía, para invitarlo a una muestra de acrílicos en un salón que tenía el Casino del Oro Verde. “Qué inculto que eres”, me dijo. “¿Sí te has fijado que ese día juega la selección?” La verdad es que yo, en su lugar, me hubiera quedado viendo el partido, pero no, Miguelón fue esa noche donde entre otros, estaban todos los ausentes de los que he venido hablando; no eran amigos entre sí, pero allí estaban los flacos Antonio y Héctor, Calderón Chico, mi tocayo Artieda, y Miguelón.
Y se ha ido Miguelón, nunca pude contarle que mi padre y su padre trabajaron juntos en algún barco de carga que hacía muelle en La Libertad, y debía contárselo porque –como dijo Melquíades-, “Somos del agua” y acoderamos en los mismos puertos. Advierto apenado que cada vez que uno de nosotros se va, la aldea de Guayaquil, esa posibilidad de encontrarte con que fulano es primo de tu primo, y que con un poco más de esfuerzo, resulta que hasta es tu pariente, se esfuma, se va también.
Mientras acompañábamos a los deudos de Miguel, Héctor Santana me comentaba que cierta ocasión vio una lápida que decía: “Únicamente los que me acompañaron son mis amigos y saben quién soy”. Y pare de contar, no había nombre ni fecha ni estampita de santo, santa, dios, nazareno, espíritu santo o texto bíblico. Sólo sus amigos saben quién fue y eso realmente es todo. Lo demás es cuento.
Sé que van a lanzar tus cenizas al mar. Se trata de un buen lecho.

El Metate (serie 200)

Metate

El silencio, después murmullos, luego voces en un idioma raro. El metate permanecía enterrado, sitiado por pedruscos sin pasado memorable y alejado de los círculos de piedra-imán que atraen curiosos. La chica lo vio, lo caminó, lo pateó para probar su consistencia.
Reinauguraban el mundo. El chofer del bus llamó a los vecinos mientras la muchacha forcejeaba para desenterrarlo. Fue inútil. Luego el barullo enmudeció con el viento.
Días después la ciudad.
Las raíces de un samán rasguñan la vereda, unas cabras atadas al árbol, hombres que juegan naipes y el metate, rodando por ahí. La muchacha, que sale al porche a mojar la vereda, lo reconoce.
-¿Quién lo trajo?
-Yo –responde el chofer-. Vi que le gustaba.
El metate ostentaba dos pozuelos de doce pulgadas, de escaso calado, y separados por un tabique romo.
-¿Lo llevo adentro?
-Déjelo en el porche. Ya lo muevo.
-¡Deja en paz a mi sobrina, cabrón! -advierte un jugador viejo al chofer.
De noche, en el catre la muchacha duerme y sueña. Sueña que se sienta en el metate, que el tabique romo separa sus nalgas, y que se mueve en silencio.
Meses después la chica pare y jura que no fue el chofer.

De cómo fue posible que los marcianos aterrizaran en Quito

locura-y-sociedad-george-rosen

George Rosen era ya un reconocido escritor, especialista en salud pública, doctor en filosofía e historiador de la salud, cuando en 1968 publicara Madness in Society – Chapters in the Historical Sociology (“Locura y Sociedad – Sociología histórica de la enfermedad mental”, 1974, serie Universidad de Alianza Editorial). En el prefacio Rosen aclara lo que NO es objeto del libro, y a lo que realmente aspira: NO se trata de una historia de la siquiatría, “sino la Sociología Histórica de la Enfermedad Mental, y la posición del enfermo mental, cualquiera que sea el modo en que se lo defina, en las sociedades de diferentes períodos históricos, y los factores (sociales, psicológicos, culturales) que han determinado dicha posición… El análisis histórico hace posible la penetración en las estructuras del pasado y en sus cambios, aclarando así nuestra comprensión del proceso de desarrollo que ha conducido hasta el presente”.
En las primeras líneas de la Introducción (Psicopatología en el Proceso Social) Rosen comenta cómo se dio el fenómeno de reacción popular masiva ante la versión radiofónica de Orson Welles de la célebre novela de H G Wells, “La Guerra de los Mundos”. Y en el pie de página, citando un trabajo de S.H. Britt (“Selected Reading in social Psichology”), alude a lo que sucedió en Quito 11 años después del fenómeno Welles. El libro transcurre a lo largo de 170 páginas más, pero no se vuelve a topar al tema, aunque nos queda flotando la sospecha de que la población quiteña y todos los desmanes que provocaron, fueron provocados por un momento atroz de insania mental a nivel urbano.
Cabe la pregunta: los marcianos que aterrizaron en Quito en 1949 ¿eran los mismos que, incitados por Welles, aterrizaron en New Jersey en octubre de 1938? Claro que no: eran 10 años más viejos; los unos llegaron cuando Hitler aún no invadía Polonia, y los otros llegaron acá después de la II Guerra Mundial, después de la guerra con el Perú (1941), y después de la revolución del 28 de mayo (1944) que terminó empinando el magistral dedo índice de Velasco Ibarra sobre la sufrida testa de los ecuatorianos de entonces. ¿Cómo se habrán imaginado los quiteños, me pregunto, a los marcianos? Para los ciudadanos de Quito de entonces, su imagen debía ser una mezcla de yumbos verdes con satanases rojos, todos emparentados con la masonería o alguna secta protestante. Iván Rodrigo Mendizábal me ha recordado que el evento aparece recogido en “La Linares” (Iván Egüez. 1975), y hoy lo volvemos a evocar a través de artículos y fragmentos de novelas escritas al respecto y reseñadas por Cristian Londoño y por Iván Rodrigo. Sería interesante conocer las pautas de comportamiento prevalente por el Quito de finales de los 40 y responder qué afectó tanto a los ecuatorianos de entonces

Un Tintín distinto

Llegó con todas las características que alborotan al Tintín: buenas piernas, buen culo, pecho altivo, cabello largo, negro y frondoso, y un cutis blanco usurpado por una veta continua de cejas oscuras y espesas que se atropellaban sobre el puente de la nariz. Cualquier Tintín supone que, en tales casos, el pubis ha de ser igualmente copioso en pelos; tantos que, de ser posible, han de invadir los muslos y se enroscarán por el culo. Pero esta chica vino revestida, además, de una cualidad con la que un Tintín no cuenta: NO HABÍA TEMOR en ella. Por eso, cuando aquella noche sin luna Mercedes entró a la sesión del politburó de Tintines del Litoral, fueron los enanos los espantados. Ingresó de súbito, resuelta, pata al suelo y alborotando la hojarasca; todos brincaron del susto, por cierto, pero luego saltaron de gozo, estrellaron alborozados sus enormes sombreros contra la hojarasca y sus prodigiosos y legendarios penes comenzaron a erguirse escandalosamente. La chica ni se inmutó; pero, ellos se miraron entre sí, fruncieron coléricos sus temibles ceños y pensaron cómo… ¿Compartirla? Imposible. Los convocados eran: el Tintín mandinga, el Tintín manaba (suco y de pelo colorado), el salitreño, el de Mocache, el de Jujan y el de Chanduy (el que apesta a pescado). Presidía el repugnante Tintín de Cerezal de Subibaja. Al reparar que la chica los desafiaba con su desdén, explotaron de furia y de pavor. Y como agravante, sin pizca de vergüenza, la muchacha alzó sus prendas y les mostró sus intimidades. Hozando como puercos, aullaron como lobos, chillaron cual murciélagos y se treparon por los ciruelos, balbucieron insultos horripilantes en alguna lengua peninsular perdida y olvidada, y finalmente se desbandaron y desaparecieron en la oscuridad. –¡Ya sal, pues! –Le dijo la impaciente Mercedes a la sombra que surgió del monte con sus patas al revés, su sombrero de mariachi en joda, su altura media y su pene de 4 pulgadas–. ¿Y, eran estos los 7 enanos que te asustaban? ¿Y te citaron, para qué? ¿Para acusarte de no haberme violado, de no haberme preñado..? ¿Les habrías dicho que YO fui quien te descubrió, que eras virgo cuando te seduje, y que ni sabías hacerte la paja? El Tintín de Casas Viejas, que de allá procedía el Tintín de Mercedes, se rascó la cabeza, trató de sonreír, pero ella no quiso mortificarlo más de lo conveniente y, con total descaro, se levantó sus faldas. Al Tintín de Casas Viejas se le humedecieron los ojos, salivó como perro agitado, se le saltó el corazón de gusto y, ya que Mercedes se escondió por la maleza, fue a por ella con sus patas al revés, su enorme sombrero de paja, y con su verga tiesa, que no le colgaba por los suelos. Cuando la encontró, tumbada en la yerba y con las piernas completamente abiertas, esa vulva lampiña lo hizo aullar de placer.