LECTURA PENDIENTE II

gambito

LIDIANDO CON FAULKNER: HUMO

El placer de la relectura se da por obra y gracia del olvido.

Para los que no conocen este libro, todos los cuentos que lo componen tienen como protagonista a Gavin Stevens, fiscal de distrito, que a veces aparece como joven abogado, otras como solterón irredento y otras ya entrando en años. También aparece, como escolta perpetua, su sobrino Chick Mallison. A veces este es quien narra la trama, en otras —justo en “Gambito de caballo“— el narrador lo usa para convertirnos en testigos indirectos de los asuntos del protagonista principal, su tío Gavin.

Pero HUMO es un cuento narrado en primera persona por alguien que prefiere construir sus oraciones en la primera persona del plural, como si fuese el pensar unánime de un pueblo, del cual el narrador se ha erigido en representante:

“Anselm Holland llegó a Jefferson hace muchos años. De dónde, nadie lo sabía. Pero era joven entonces, y un hombre de variados recursos, porque antes de que hubieran transcurrido tres años estaba casado con la única hija de un hombre que poseía dos mil acres de las mejores tierras del distrito, y fue a vivir a la casa de su suegro, donde dos años más tarde su mujer le dio dos hijos, y donde a los pocos años murió aquél, dejando a Holland en total posesión de la propiedad, que estaba a la sazón a nombre de su mujer. Pero aun antes del hecho, LOS DE JEFFERSON lo habíamos oído aludir, en tono algo más alto de lo conveniente, a “mi tierra, mi cosecha”; y aquellos de NOSOTROS cuyos padres y abuelos se habían criado en el lugar lo MIRÁBAMOS con cierta frialdad y recelo, como a un hombre sin escrúpulos…

A continuación el narrador cuenta pormenores de la vida de los gemelos, de la muerte de la madre y de los litigios con su padre:

“Y cuando sus hijos llegaron a la edad adulta y primero el uno y luego el otro dejaron para siempre el hogar, NO NOS SORPRENDIMOS. Por fin, cuando un día, hace seis, Holland fue hallado muerto, un pie trabado en uno de los estribos del caballo ensillado que acostumbraba a cabalgar, y el cuerpo horriblemente destrozado, porque, aparentemente el animal lo había arrastrado a través del cerco de palos, y eran todavía visibles en el lomo y en los flancos del caballo, las marcas de los golpes que le había dado en unos de sus accesos de ira, NINGUNO DE NOSOTROS LO LAMENTÓ, por cuanto poco tiempo atrás había cometido un acto que, para los hombres de nuestro pueblo, nuestra época y nuestras creencias, era el más imperdonable de los ultrajes..

Noten dos cosas: la primera es esa insistencia en hablar como representante de facto del “pueblo”; la otra es un rodeo que comienza así:
Por fin, cuando un día, hace seis, Holland fue hallado muerto...,
y entonces el narrador, gracias a nuestra obvia curiosidad, extiende las explicaciones de su muerte, el rol del animal, la tortura del animal,  hasta concluir con un pequeño y lapidario remate que engloba la sicología general de esa afectada vox populi:
ninguno de nosotros lo lamentó

Esta capacidad para plantearnos una propuesta que ingeniosamente deja “colgada” en nuestra curiosidad, para luego ausentarse un buen rato sin que dejemos de observar con el rabo del ojo la propuesta “colgada”, hasta verlo finalmente volver y amablemente descolgarla, antes de proponernos otra cosa, es una de las dilataciones más curiosas y geniales propias de Faulkner.

La narración discurre deliciosamente fluida y serena a pesar de lo áspero del tema, como si ese contrapunto fuese la infraestructura de la historia. Y así, como si se tratara de un viejo relato familiar que, por viejo y distante no nos afecta y del cual podremos sacar todas las moralejas que nos venga en gana sacar, nos vamos enterando de las pequeñas biografías de los protagonistas humanos del cuento (porque también hay protagonistas no humanos: el caballo del juez Dukenfield, el testamento del occiso, la caja de resorte del juez o la inhóspita y calurosa sala de audiencias), de sus actividades laborales y hasta de las supuestas conversaciones que los protagonistas pudieran haber urdido, tejido, tramado, o mantenido a lo largo del encono de sus vidas:

“Por fin un día se produjo el estallido. Probablemente de la siguiente manera:
—Crees que ahora que se ha ido tu hermano podrás quedarte simplemente, y guardártelo todo, ¿no?”

El narrador, de este modo asume una faceta de chismoso y discreto divulgador de rumores; tarea que de ningún modo le parece poco honorable; al contrario, con total desparpajo presume todos los diálogos, las provocadoras preguntas de unos y las insolentes o mesuradas respuestas de otros:

“—Preferiría tener una pequeña parte de la tierra y explotarla bien, a verla como está ahora —habría respondido Virginuis…

Y nos enteramos de sus asuntos de tierras, de los impuestos prediales y de la pérfida codicia del difunto que profanara la tumba de su mujer, versus la indolente sabiduría de sus hijos, consagrados simplemente a honrar a su difunta madre. Y entonces aparece un primo de los gemelos, un personaje de bajo perfil, que el narrador coloca sin nombrar, como una especie de miembro cuya función fisiológica no es del todo clara, pero cuya inflamación puede ser severa y hasta mortal, y también nos enteramos de uno de los protagonistas no humanos descritos arriba: el Testamento. Testamento que es una excelente excusa narrativa para que aparezca, igualmente de improviso el juez Dukinfiled.

El “nosotros” del relato, a través de su representante, “observamos” al juez y de cómo no legaliza el testamento. Pasan los días, mientras transcurre el retrato del juez “quien había vivido lo suficiente para saber que el apremio de cualquier actividad existe tan solo en la mente de ciertos teóricos que no tienen actividades propias”. Ese apremio (el nuestro de lectores “sin actividades propias”) se siente agredido cuando termina la primera parte del cuento y encuentran al juez Dukinfield muerto de un certero balazo en la frente.

 

Cinco espacios de máquina dan a entender que la segunda parte de HUMO ha comenzado.

Sin exagerar, más bien con algo de escalofriante frialdad vimos que el juez Dukenfield fue hallado muerto por su criado negro que, contra todo pronóstico nada oyó: ni al sujeto que seguramente pasó por encima de él mientras dormitaba en el corredor, ni al juez Dukenfield, ni al balazo. La descripción de Faulkner sobre el hallazgo (dado el tipo de hallazgo) es algo negra de humor, tal vez documental, pero en todo caso literaria: “Tenía los ojos abiertos y un balazo exactamente sobre el puente de la nariz, de modo que parecía tener tres ojos en línea”. El narrador en primera persona parece estar de acuerdo con la descripción, pero en todo caso advertimos que el único que puede dar semejante versión tiene que ser el escritor que se inmiscuye en el relato.

También notamos algo esencial en esta segunda parte del relato y es que cualquiera que se hubiese venido perfilando como protagonista de la historia (el viejo Anselm, los gemelos y hasta el propio juez Dukenfield) ceden los derechos, por decirlo así, al fiscal Gavin Stevens.

Esta segunda parte, sin embargo, está dividida en tres partes a su vez. No está demás explicar que tanto la traducción como la edición de este libro son de Alianza Editorial. En todo caso esta segunda parte acontece en la sala de audiencias del pueblo de Jefferson, condado de Yoknapataupha, donde se ventila un juicio, que el fiscal ha propuesto y mediante el cual vincula la legalización del testamento a favor de los gemelos Holland con el asesinato del juez. Surgen, pues, nuevos personajes, cuyos retratos son oportunamente develados: el sirviente negro, el primo de los gemelos que resulta ser pastor de iglesia, y un siniestro sujeto, un gangster de paso, aficionado al cigarrillo, un sujeto que deja traslucir sus vicios con tal eficacia que provoca todo tipo de repulsas, incluyendo náuseas a los que tan sólo lo miran. Demasiadas inquietudes como para no sospechar de él; demasiadas señas como para sospechar que él no es el “verdadero” culpable.

En cierto modo Faulkner pone a prueba nuestro talante de ilusos hasta el fin, cuando la genialidad del fiscal Stevens queda expuesta junto con el culpable, el verdadero culpable. Ahora bien, qué se ha hecho el narrador en esta segunda parte; recordemos su postura como representante del pueblo de Jefferson, un pueblo conservador, afecto al chisme y a la moraleja entre sus tradiciones más caras, y que lo ha delegado como tal dadas sus condiciones sociales, digamos, de chismoso y moralista.

Por fin, la genialidad de Stevens (y el estupor del pueblo, y seguramente, el del narrador) llega a su máxima expresión cuando todo se aclara: el Juez Dukinfield no podía firmar el testamento porque él había sido dueño del caballo que supuestamente había arrastrado y matado al viejo Anselm Holland; y resulta que en su mocedad fue tan maltratado que se volvió miedoso de tan solo ver un palo en mano de cualquier sujeto. Eso: o no lo pudo saber el verdadero asesino porque era un afuereño, o sucede que lo olvidó. ¿Cuál afuereño? Naturalmente el menos sospechoso: el primo de los gemelos; que fue quien contrató a otro afuereño, un gangster, para que asesinara al juez.

Como ven, el final de este cuento se pudo resolver en unas 100 palabras; pero recuerden que Faulkner y su narrador pertenecen al mismo entorno sociológico de la historia. Un entorno nostálgicamente vencido —gente del sur—, étnicamente cuestionado —pero plural— y donde los nombres, para ilustrar el asunto, evocan mundos bíblicos o clásicos de trágica fantasía, donde abundan, entre blancos y negros, los Sartoris, Drusilas, Horacios y Cornelias, y donde hay que promover que esa ideología inspirada en Nathanes, Davides y Salomones, infecte a la justicia para que brille, y que los culpables, de ser posible, hasta se coloquen la soga al cuello. Primera teoría, esbozada por el narrador como “el plan” Stevens.

Segunda. Comunicar simplemente el regusto por el descubrimiento de lo ocultado. Y para eso es necesario ir removiendo las opacidades que los humanos tendemos tercamente sobre la transparente y diáfana verdad.

¿Cómo lo hace? El método en general es una morosa recapitulación de todos los hechos:

De pie junto a un extremo de la mesa, comenzó a hablar (Gavin Stevens), sin dirigirse a nadie en particular, con un tono ligero y anecdótico, refiriendo lo que ya sabíamos, y dirigiéndose de vez en cuando al otro mellizo, Virginius, como buscando corroboración… Parecía estar preparando la defensa de los sobrevivientes… Su tono era tranquilo, conciso, sincero; en todo caso levemente parcial hacia el joven Anselm; eso es.
Ahora la cuestión es: ¿Cómo es posible que esta historia nos capture? Conforme el narrador cuenta, Stevens introduce aún más opacidades en la historia, de modo que el nuevo juez, los miembros del jurado, y hasta nosotros los lectores, naturalmente no entendemos y preguntamos –con todo derecho- qué relación hay entre todo lo que ya sabemos con el juez Dukinfield. Stevens, para responder, arremete sin inmutarse con otra larga explicación de lo que ya sabemos…

Así, pues, el testamento está bien. Su legalización debió ser una simple formalidad. A pesar de ello el juez Dukinfield pospuso su decisión durante más de dos semanas y entonces se produjo su muerte. Y así el hombre que creyó que todo lo que debía hacer era esperar…
—¿Qué hombre —preguntó el presidente.
—Espere —dijo Stevens—. Todo lo que debía hacer el hombre era esperar.

El asunto se torna abrumador, molesto y tan exasperante, que los inocentes prefieren declararse culpables antes que prolongar más la agonía de escuchar a Stevens. Esto se hace evidente cuando el joven Anse, que encaró a su padre cuando este profanó la tumba de su madre y, al parecer lo golpeó, cree haber sido su asesino.

—Está equivocado —dijo Anselm, con su tono áspero y brusco—. Yo lo maté. Pero no fue por la maldita tierra. Ahora, llame al Sheriff.

Y entonces fue Stevens quien, mirando fijamente el rostro furioso de Anselm, dijo en voz baja:

—Y yo afirmo que es usted quien se equivoca, Anse.

Así el nudo queda planteado, como lo confirma el narrador en primera persona del plural:

“Durante unos instantes los que observábamos y escuchábamos permanecimos, en medio de esta inesperada revelación, en un estado de ensueño en el que se nos antojaba saber de antemano qué ocurriría, y conscientes a la vez de que no tenía importancia, porque pronto nos despertaríamos.

Pero el despertar puede ser sensualmente largo. Es entonces cuando Faulkner delega a la dupleta Stevens/narrador para que nos relaten la coartada del verdadero asesino —recuérdese—, no sólo del viejo Anselm Holland, sino también del juez Dukinfield. Para eso es necesario que el asesino sea primero aludido, ya que ponerlo en evidencia requerirá tender aún más opacidades sobre el jurado y el narrador. Y entonces volvemos a los retratos, a los bodegones y aún a los paisajes:

“Este hombre llegó, pues, allí y vio lo que usted —refieriéndose a Anse y a su padre caído— había dejado, y terminó la obra: enganchó el pie de su padre en el estribo y trató de espantar al caballo golpeándolo; pero, en su apuro, olvidó lo que no debía haber olvidado nunca…
Escuchamos en silencio, mientras el eco de la voz de Stevens moría lentamente en los ámbitos del pequeño recinto, en el cual nunca corría una brisa ni una ráfaga de aire…

No sé si les pueda pasar, pero esta insistencia en la arquitectura sin ventilación de la sala de audiencias es un recuerdo permanente de que la historia que están leyendo se titula HUMO.

Hay aún una tercera teoría por la cual el desenlace de esta historia debe ser tortuoso y esa razón es el protagonismo tan singular del TIEMPO.

“Cuando pienso en todo ello, retrospectivamente, veo que el resto no debió llevarnos tanto tiempo. Siento ahora que debimos saberlo enseguida, y aun siento, así mismo esa especie de disgusto sin piedad que, después de todo, hace las veces de compasión…
No son las realidades ni las circunstancias las que nos sorprenden, sino el choque de lo que debimos haber sabido, si no hubiésemos estado tan absortos en la creencia de lo que, más tarde, descubrimos haber tomado por verdad, sin otra base que el haberlo creído así en aquél momento.
Ahora Faulkner recurre al hecho que precede al humo, al fumar, mediante el cual el culpable queda definitivamente aludido. Los pasos restantes consisten en que dicho criminal se exponga totalmente y, literalmente, se declare culpable. No en vano el narrador da a conocer su nombre casi al final, no en vano el juicio se da en una sala sin ventilación.

Debimos haberlo sentido: a ese alguien presente en la habitación que sentía que Stevens había provocado la aparición de ese horror, de aquella indignación, de aquel furioso deseo de hacer retroceder el tiempo un segundo, de desdecir, de deshacer.

Es el clímax del Plan Stevens. Ahora, a leer.

 

HUMO, de “Gambito de caballo”, por William Faulkner, (traducido por Lucrecia Moreno de Sáenz), aparece actualmente como el volumen 778 de la colección Libro de Bolsillo de Alianza Editorial, colección Faulkner.

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LECTURA PENDIENTE

Inauguro en este blog las reseñas de aquellos libros que voy leyendo tarde y con los cuales —me entero, naturalmente, al haberlos leído ¡por fin!— he sabido mantener una deuda que tal vez no sea capaz de saldar… O no me interese saldar, con lo que dejo abierto mi tiempo a otra nueva y excitante lectura del mismo texto.

Acabo de leer “Callada como la muerte”, de Abdón Ubidia. Editado en 2012, 2013 y 2015 por editorial El Conejo, y por la editorial de la Campaña Nacional de Lectura Eugenio Espejo. No sé si se encuentra en librerías, pero debe andar por los diez dólares.

 

¿Qué es lo que queda de un duelo a muerte entre dos —casi siempre impenetrables— soledades?

En el texto de Abdón Ubidia, uno se plantea esa pregunta al finalizar la lectura de la obra. Hasta entonces observé, con un estupor entremezclado en un nivel de tensión admirable y certeramente dosificado, que las dos o tres soledades confrontadas van siendo despojadas de sus tejidos supuestamente infranqueables, van siendo degradadas, aclaradas por el único alimento que les es común a todas las soledades y que tiene la virtud de aniquilarlas, o de darles nuevos bríos dada su habilidad de refugiarse en otras circunstancias. Ese nutriente es la VERDAD. Que es uno de los puntales de cualquier policíaco, pero que en el texto de Ubidia alcanza niveles de historicidad angustiosa y siempre actual, así se trate de una ficción.

Para los protagonistas esa revelación, que va de la mano del instinto de sobrevivir (¿para qué?), es lo que le confiere a la trama una originalidad terrible, más refrescante en el torvo mundo del policíaco.

Los personajes: un médico auto exiliado en una soledad enfermiza, un torturador argentino en busca de ofertas locales para sus destrezas, y una joven madre sola sola sola, sin más deseos que un instante de justicia.

Ciencia Ficción en los días de la radio

Mis días de la radio terminaron cuando a casa llegó la tía Celia con un televisor.

Y entonces el señor Spock, siempre tan oficioso, desplazó a Luis Dragón, el Conquistador del Espacio, como gran mentor de la CF de mis años proto—adolescentes.

Este personaje que, en rigor, no era otro que Flash Gordon “en cristiano”, iba acompañado de Xenia (en lugar de Dale Arden) y del profesor Moltus (en lugar de Hans Zarkov) incursionando por todos los recovecos del espacio, revelando los misterios del Planeta Verde, luchando sin tregua con malvados como el dictador Carpatos, o con esa hueste infernal de los Monstruos Flexibles, cuyo líder se enamorara perdidamente de Cenia…

Hace poco me enteré de que se trataba de una radio novela cubana, cuya audacia ficcional se habría interrumpido con la revolución, pero que dejó excelentes lecciones en los precoces cultores del género.

Por esa época (comienzos de los 60) también hizo su aparición radial “Marcianita” (original de Villota-Imperator, Los Flamingos), una muy popular canción que acá llegó en la voz de Billy Cafaro, a la que me entregué sin reservas.  Entraba Billy sin ambages:

Ignorada marcianita

La frase implicaba algunas postulaciones: las más obvias sugerían que no sólo existían los marcianos, sino que habían mujeres entre ellos, de paso ninguneadas; y sin embargo susceptibles de ser tratadas tiernamente… Y para mayor certeza:

aseguran los hombres de ciencia

que en 10 años más
tú y yo 
estaremos tan cerquita
que podremos pasear por el cielo

 y hablarnos de amor.

 

¡En diez años!

Yo que tanto te he soñado 
voy a ser el primer pasajero que viaje hasta donde estás.

En la tierra no he logrado
que lo ya conquistado

se quede conmigo no más.

¡Una declaración política, a todas luces! ¡Un plan inaudito de trasladar al espacio nuestros eternos planes -propios de una especie colonizadora-, hasta en aras del amor!  Billy entonces se esmeraba al máximo y su voz inagotable expresaba sus más caros deseos:

Quiero una chica de Marte que sea sincera,
que no se pinte, ni fume, ni sepa siquiera lo que es rock and roll

Esta declaración es comprensible ya que viene de un rockero… Que el rock es todo pero es ingrato, que el mundo del rock es de este mundo y que sería bueno que existieran otros menos decepcionantes…

Marcianita, blanca o negra
espigada, pequeña, gordita, delgada serás mi amor,

La distancia nos acerca 
y en el año 70 felices seremos los dos.

¡En sólo diez años!

¿Qué debo decir ahora? ¿Un par de lugares comunes vindicando la radio sobre lo otros medios? De acuerdo: “También la CF tuvo en la radio una vida tan imaginativa y estimulante como en el cómic, en el cine o en la TV.  

(Hay una versión de Celia Cruz con la sonora Matancera, donde un marcianito reemplaza a la marcianita.)

Poesía de Ciencia Ficción

Bagre1
Pudo ser el tema “CF en la poesía”, pero no he explorado esas lecturas. Alguna vez he propuesto la idea de incorporar el género en sus creaciones a varios amigos poetas que, gentilmente declinaron hacerse cargo de ese navío. Este texto presenta una sección interesante de la ciencia ficción cubana.
Del libro “Solo en su mente”, del cubano Bruno Henríquez, científico especializado en física ambiental, he aquí unos versos con incrustaciones formidables del género, y que comparto con vosotros.
Ovnis

Vienen
siempre
resonando entre los truenos
como naves

Sin dejar la huella firme
de un recuerdo / sin recuerdos
de los mundos visitados / sin recuerdos
de la historia de su tierra / sin regreso
sin caminos programados
sin programas conocidos

Solo un hecho
visitar mundo tras mundo
creando al pasar la duda
si estarán o si estuvieron
si vendrán o si de fueron
si en los truenos un mensaje
o un recuerdo
o un lamento

Pero marchan
en sus naves o sus nubes
en sus sueños o los nuestros
a pisar mundo tras mundo
resonando
reluciendo
siempre ajenos
siempre ajenos
sin recuerdos / sin regreso

No sé vosotros, pero percibo un humor muy especial en esta visión del mundo de los OVNIs, y que alude a la múltiple naturaleza del fenómeno, tal como ha sido observado, reportado y difundido por todo el planeta.

“Peligrósica para las másicas” se me antoja

“Contacto Cósmico”

Al salirse de su órbita
un navío galáctico
se precipitó en la atmósfera
de un mundo de gente práctica.

La situación no fue trágica
pues la gente no era bélica
aunque sí un poco cómica
y dadas a correr máquinas.

Los seres de origen cósmico
tenían el aliento fétido
y el caminar estrambótico
y en la frente un ojo único.

El mundo de la gente práctica
tenía un clima muy cálido
con ventoleras fantásticas
que hacían daños vandálicos.

Los prácticos sabían física
y sus ciudades elásticas
se desbordan de música
ante las fuerza geofísicas.

Tenían casas antisísmicas
decoradas con estética
y varios centros artísticos
exentos de toda lógica.

Y en institutos científicos
su número era astronómico
sus resultados ridículos
y su presupuesto heroico.

Sus ideas unas míticas
otras carentes de lógica
las más con sentido práctico
y fuerte base ideológica.

Sus rostros algunos pálidos
otros bronceados y atléticos
con ojos, unos estrábicos
otros de mirar maléfico.

Ante los del ojo único
se encuentra la gente práctica
que los contemplan atónitos
y hacen comentarios cáusticos.

Usando el don telepático
y un enlace cibernético
se hace el intercambio rápido
de las ideas científicas

de los conceptos estéticos
de las bases filosóficas
de algunas ideas prácticas
y de tubos de dentífrico

consejo estomatológico
incluido por un cómico
que sintió el aliento fétido
y no respetó la ética.

Surge la amistad galáctica
se hacen los lazos políticos
se designan diplomáticos
y se abre una era histórica

una línea telefónica
una tienda diplomática
y como punto dramático
el burocratismo cósmico.

¿Cómo la vieron?
Culmino este recorrido por la ciencia ficción de Bruno Henríquez con esta reflexión conocida, pero recurrente en el mundo de la CF

“Leyenda”
Los dioses trabajaron la piedra y con ella hicieron los hombres, pero estos resultaron ser torpes y crueles, por eso los dioses los destruyeron. Después hicieron a los hombres de madera: lentos, insensibles; también los destruyeron. Entonces los hicieron de carne y no eran más que animales sin pensamientos puros y el dios mayor ordenó destruirlos; pero Serpiente Emplumada mezcló su sangre con la de los hombres y estos se hicieron como dioses. Entonces se decidió no destruirlos, ya ellos lo harían por sí mismos

Justicia para ayer (de la serie 200)

Atlas

-Así que usted asegura viajar por el tiempo, y ha venido a advertirme que me mata mañana a las cuatro.
-Correcto.
-Si es por mi actividad, siempre hay arreglo.
-No va a resultar. En “Liquidaciones” somos rigurosos.
-Es que no le creo.
-Es usual. Tenga. Es el diario de mañana, página deportiva, a esta hora juega el Real Madrid y va a perder con el Español.
-Hasta yo espero que pierda… Mire, estoy desocupado y aburrido, sólo por eso lo escucho…
-Compréndame usted: cumplo con un programa. Son las 1124 del día 26, y usted ha quedado enterado de su destino.
-¡Cambiaré!
-Nada hay que cambiar, hay un seguro crono-cuántico inamovible. ¡Está escrito que venga del futuro y lo mate! Así aparecerá en las noticias de pasado mañana.
-¡Pues, me limpio el culo con la noticia!
Dicho esto el sujeto empujó al hombre del futuro hacia la estridencia de las ruedas de un autobús. Una mujer se desmayó, hubo perros que ladraron y testigos aterrados; dos horas después los noticieros replicaban el homicidio captado por cámaras de seguridad.
-¡No hay cadáver, no hay crimen! -Insistía el sujeto.
El jueves, a las 1600 en la penitenciaría, un recluso desconocido lo mató.

El ramo (de la serie 200)

el ramo

Me dio una rosa, me dijo bella, estoy enamorado, me dijo.
-¿Harías cualquier cosa por mí, hasta matar, por ejemplo?
Chico prudente:
-Sólo si te quisiera mucho.
Mi crueldad de asalto, directa y sobreactuada:
-¡Oh! Entonces, ¿aún no me quieres mucho?
De todo lo dicho lo único cierto es que necesitaba que alguien hiciera algo por mí, que tal vez me quisiera, y que LO matara. Por eso permití que me acompañara. Tras la puerta debió escuchar, debió sorprenderse del silencio de mamá, debí aterrarlo con mis gritos. Mis instrucciones y su curiosidad harían el resto… el miércoles.
El miércoles mi caballero llegó puntual. Lo imaginaba nervioso y bien peinado. El esposo de mamá, en cambio, estaba furioso, y cuando sonó el timbre me trató de zorra, me agarró del cabello, “no vas a ir, ¿entiendes? ¡Puta!”.
Sin drama: grito desgarrador, palabras bien pronunciadas:
-¡Madreee, ayúdame!
Me zafé, abrí la puerta y allí estaba mi caballero con un ramo de flores, ¡acompañado de mamá!
-Déjame entrar –dijo en un murmullo.
-¿Qué piensan hacer? -Pregunté, mientras mamá pedía silencio en silencio.
-¡Puedes meterte tus flores por el culo! –Le dije.
¡ÉL estaba sonreído, cuando cerré la puerta! ¿Y yo? ¡Sin miedo!

Mapas humanos

Impresiones personales de esta lectura:
atlas de geografía humana
Con los años también se va perdiendo la disciplina de leer. Mis libros de antes tan garrapateados, con marcador, con lápiz, con anotaciones vanidosas y/o prácticas, varias veces leídos, remendados, sucios… Los de ahora quedan tan nuevos que hasta puedo regalarlos si no merecen mi atención… Y así, en estas indisciplinadas circunstancias, irrumpe Almudena en mi vida con su Atlas de Geografía Humana. No quedó tan impecable el libro así que ni se hagan ilusiones con que se los pueda obsequiar; y como ando perdido de las Memorias de Adriano, del Halcón Maltés, del Libro de los amores ridículos, de Gambito de caballo, y de otros volúmenes que me acompañarán en mi propio fin del mundo, ni crean que se los voy a prestar.
Para consolarlos puedo referiros mi aventura con este Atlas.
Cada día que me enfrentaba con el texto de Almudena me preguntaba en qué iba a terminar (o en qué me iría a quedar) después de las 5 a 7 páginas que avanzaba por día. Me desquitaba de tanta roñosería de letras los fines de semana cuando triplicaba la cuota. En esa puja se dio mi primer encuentro deslumbrador con el texto: hay en sus páginas un suspense de una clase mucho más “incorporante” que el que padeces cuando te involucras en un policíaco, por ejemplo. Por esta causa muchas veces renegué de mi falta de disciplina lectora que se reflejaba en no anotar con un lápiz, y en la página asignada por el separador, con quién andaba yo, si con Fran, con Rosa o con Marisa. ¿Cuál va? ¿Se trataba de la tipa buenísima, la que hacía pollas para los exámenes en sus muslos fabulosos, o la gaga, o la “roja” (la del sicoanálisis tardío), o la que se fue a Suiza y se lió con el fotógrafo, o la otra que tenía un alter ego de lo más entrador y que un día se levantó a Foro, el de los zapatos deschavetados? Nunca recordaba cuál de ellas era la de turno hasta que Almudena, tan estratégicamente oportuna a lo largo de todo el libro, cuando ya estaba por regresar páginas atrás, colocaba un diálogo exacto, inteligente, inocuo, natural, que me salvaba de volver pa´ atrás a releerlo todo nuevamente. Confieso que hube de hacerlo un par de veces cuando, por cuestiones de trabajo me había ausentado más de una semana de casa, y perdía el hilo de la historia; pero cada vez me encantó abordar de nuevo la historia de una de las madres de estas cuatro mujeres (Fran, Rosa, Ana y Marisa), mujer guapísima, y de cómo se la levantó su marido en esa era dura del franquismo de post guerra, cuando España era un país que no sabía ni cómo desvestirse ni cuál era su “torpe aliño indumentario”.
Todos esos años están magníficamente levantados en el Atlas, como si estuvieran incorporados a un mapa de escala cambiante, de colores significativos, de referencia claras, pero también de coordenadas de letra chiquita; a sus paisajes -urbanos en mayoría- los divisas a lo lejos con sus barrios, calles y aceras, o si no los recorres en pleno azote modernizante; también puede ser que te coloques medio siglo atrás y los vislumbras recién emergidos de la guerra civil, te trasladas a través de la orografía física y política de los períodos, de las “tendencias” dirán ahora, y puede percibirse con absoluta claridad la evolución de todas las modas, las de la comer, las de leer, las de pensar, las del atuendo, las del estudio y las de criar a los hijos, o las de lidiar con los maridos. Miren que se trata de un texto donde los hombres no están ausentes; están muy presentes y jodiendo la vida, unos mejores que otros, pero en general quedan mal parados, debido a la cuantiosa torpeza que los adorna. Y estas mujeres, llenas de instrucciones que abruman y que apenas las distrae de sus otras responsabilidades (laborales, emocionales, sexuales), cargan con el deber de definir los límites de esta geografía desnaturalizada que deben reconocer y sortear, agotados como están los esfuerzos para cambios más radicales:
“…Lo siento mucho, pero no te preocupes, ya lo he arreglado todo…
“Paulina ya está avisada –cerré la puerta antes de seguir enumerando los resultados positivos que habían arrojado media docena de llamadas telefónicas-. Le he dicho que prepare un arroz blanco mal puesto para comer mañana y que no la deje tomar nada más, excepto un yogur de postre, si quiere. Tengo la impresión de que es algo intestinal, no lo sé, he llamado al pediatra y me ha dicho que a él, desde luego, no le extrañaría nada. Mi hermana Natalia vendrá a las ocho y media, antes de irse a la facultad, y se puede quedar aquí una hora, Paulina me ha dicho que no la importa llegar a las nueve y media, y que si puede, aparecerá incluso antes. Tú te levantas, vistes a Ignacio, te lo llevas al colegio y ya está…”
Con este Atlas he reencontrado, a los tiempos, la frase larga y envolvente, cotidiana y seductora, que literalmente no te deja respirar hasta que emerges en el vado de una puntuación salvadora, y que te hace reír cuando reparas en la contundencia de la metáfora encargada de aliviarte el entendimiento:
“… descubrí que Barcelona es, en primer lugar, una ciudad bastante pequeña, y además muy bonita, preciosa, pero con cierto aire de joyero de dama noble venida a menos, una conciencia de sí misma tan exageradamente alerta del menor daño que pueda traer consigo el paso del tiempo, que barniza el ajetreo de la vida cotidiana con un afán de solemnidad más cercano a la precariedad de cualquier recinto monumental de provincias que a la soberbia de las grandes ciudades de verdad, complicadas maquetas a escala del propio mundo donde el futuro tiene tanta prisa que nunca sobra tiempo para mirarse el ombligo, y es tan cierto que no tiene ningún sentido intentar amarrarlo con el garfio de las obras públicas.”
Sería encantador que los folletos de turismo se expresaran de modo parecido cuando hablan de nuestras ciudades como fenomenales destinos turísticos, imposibles de resistir.
Como uno de mis afanes en estas reflexiones es trasladarles el encanto con el que fui encantado al leer esta novela, cito este párrafo como ejemplo del método implacable con el que las mujeres de este Atlas viven haciendo de tripas corazón:
“Yo nunca he tenido éxito con los hombres, esa es la verdad. Pero también es verdad, y de eso estoy segura, que aquella vez tuve éxito, porque muy pocos hombres son capaces de hablar, de acariciar, de querer a alguien, como Forito me quiso a mí mientras me convertía en la suprema emperatriz del universo, una protagonista de novela, una estrella de película, un personaje soñado en tantos fines de semana consumidos a solas, a base de novelas y de películas. Y a lo mejor, si hubiera sido un hombre apasionante, guapo, inteligente, prestigioso, capaz de follar tres veces en cuatro horas, esa sabia manera de llamarme chata, cielo, corazón, su tembloroso culto de una ternura antigua, una ejecución tan virtuosa de la desfasada partitura del caballero español, quizás habrían estado de más, pero yo nunca me he acostado con hombres apasionantes, y a estas alturas de la vida sé ya que nunca lo haré. El problema es que me sobran razones para sospechar que no volveré a encontrar a un hombre como Forito. Y que a pesar de todo, por mucho que abomine de mí misma cada vez que lo pienso, por muy miserable que me sienta, por mucha vergüenza que me dé reconocerlo, Forito sigue siendo un problema para mí.”
La novela está jalonada en 16 capítulos; como se trata de 4 protagonistas mujeres seguro que la estructura es de 4 capítulos per cápita (no me he detenido a comprobarlo, pero cuando se reseña también hay que arriesgar). A medida que leía y que las páginas que me restaban iban languideciendo, y dado que la vida sigue y sigue hasta en las novelas, me preguntaba cómo iba a lidiar Almudena con el fin final.
Respondo: pues como en todo Atlas, con apéndices, anexos, o como reza textualmente: con “Índices y Mapas”.
“Atlas de Geografía Humana”, de Almudena Grandes, forma parte de la colección “Fábulas” de Tusquets, editores, y me costó 5 dólares en la Fil Guayaquil 2012.

Hugo, nuestro Rojo Señor, por Gabriel Noriega Ormaza

II lugar de “Fantasía” en el concurso literario EQUINOCCIO 2014 de Ciencia Ficción y Fantasía
Chávez
Hipótesis aventuradas acerca del fin del siglo XX:
1. NY, 11 de septiembre 2001: potencias occidentales vs “terrorismo” (la excusa de las excusas)
2. MADRID, 15 de Marzo de 2011: demócratas radicales vs anti-demócratas (la reinvención del proletarios/burgueses),
3. INTERNET, 21 de Diciembre del 2012: esquizofrenia a la era del internet vs posibilidades subversivas en la comunicación global (la gente se esperanzó con lo de : “mañana comienza una nueva Era”)

NO.
25 de Marzo de 2019.

Las tomas y los hechos
La noticia estalló al medio día. Como es obvio a los pocos minutos la televisión ya no hablaba de nada más. El internet tampoco.
Las primeras imágenes que circularon eran difusas y fueron las únicas que circularon en esas primeras horas. Una playa y un hombre, que parece estar descalzo, vestido con una bata que se adivina roja a pesar del contraluz. Camina. La cámara está lejos, a unos cien metros. Un grupo de gente lo rodea. Todos parecen camarones recelosos que lo miran pero no se le acercan demasiado.
Las tomas son breves. Hay 3 fragmentos de aquella cámara, de 7, 8 y 9 segundos respectivamente. El sol pega fuerte en el mar en las dos primeras tomas que se parecen en extremo sino fuese porque en la primera toma el personaje central se aleja, mientras que en la segunda parece que se aproxima. En ambas esta cabizbajo y sus manos cuelgan en las espaldas. Parece un elefante solitario rodeado de zarigüeyas. Una línea de palmeras separa la acción del dispositivo de filmación.
La última toma es la más problemática. En el primer segundo la muchedumbre se aproxima a la cámara. Se nota, de repente, que se filma desde un segundo piso. Se acercan, atraviesan las sombras de las palmeras y a partir del segundo 3 las cámaras comienzan a develar sus rasgos, a pesar de la luz tenue del fin de una tarde. Por lo menos una hora ha pasado desde las últimas tomas. En el segundo 4, a unos seis metros de la cámara, el elefante rojo mira hacia arriba. Parece Hugo Chávez Frías, está pelado y actúa como un monje budista. Su mirada se encuentra con el lente y las cosas se vuelven difusas durante dos segundos, oscuras, grises, magnéticas. No se puede decir bien qué ha pasado pero, para no caer en misticismos, desde tan temprano habría como creer que el camarógrafo ha dejado caer la cámara o que la ha tapado en algún brusco movimiento. Segundo 8 la imagen se estabiliza de nuevo. Una figura blanca aparece por la parte baja del cuadro de la imagen. Parece que va a saludar al hombre de rojo.

A las dos de la tarde la señal mundial de televisión e internet se vino prácticamente abajo. Negro. Dos palabras pueblan las pantallas: No Signal.
Como es obvio, el apagón mundial de las comunicaciones ocurrió en respuesta a la hasta entonces supuesta resurrección del Comandante. Las fuerzas conservadoras en el poder, viendo cómo un evento de esta naturaleza podría traerse todo abajo, intentaron conservar al aburrimiento colectivo en su lugar apagando cualquier medio de difusión de ese mensaje. Esperaban con este tiempo muerto, antes que otra cosa, averiguar bien que estaba sucediendo y, con conocimiento de causa, resolver la manera más adecuada y -según ellos- responsable de comunicarlo.
No queda demasiado claro el orden de los eventos, pero a las 6 las imágenes vuelven. Todas las pantallas de televisión tienen la misma señal y en el internet no se habla de nada más. Todos miran.
El estudio de CNN en Manhattan. Unas 20 personas aparecen arrodilladas en el set del programa de las noticias. Algunos rezan, otros lloran desconsoladamente con los brazos hacia el cielo. Se adivina confusión en el fondo, unas sombras que podrían estar armadas sacuden el arrière plan. Contrasta con la solemnidad del frente. La gente está sublimando. Muchos se toman de las manos y alguien toma un micrófono. Tiene las mangas de la camisa recogidas y parece agitado. Es un trabajador. Dice que el sindicato de trabajadores del internet y la televisión de los EE-UUA decidió tomarse las instalaciones claves de la comunicación a nivel mundial (la gran mayoría ubicadas en el Silicon Valley) y transmitir lo que está sucediendo en Venezuela. El hombre tira al aire confusamente algunas razones que los motivaron a actuar, casi todas de orden religioso. La palabra “Era” es pronunciada 4 veces. “Dios”, 9. El verbo “Esconder”, 6.

La señal se enlaza con Maracaibo. Chávez y el Papa Francisco en una tarima, millones de personas, llanto, éxtasis. El papa reza. Hugo Chávez parece hipnotizado por un objeto inmóvil al frente de él, perfectamente al frente y del otro lado del planeta. En cierto sentido parece que se ve las espaldas. Según cuentan, no ha hablado en horas. La bata roja se ve desgastada por el tiempo. Todavía no tiene zapatos.
“Santa María madre de dios ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amén”. “Padre nuestro que estas en los cielos, y ahora en la tierra con Chávez … santificado sean sus nombres” improvisa el papa… “Nuestro señor esta de vuelta! Gloria a Dios! Gloria a Jesús! Gloria a Chávez!”, grita.

La transmisión en directo siguió los pasos de Chávez en continuo varios días. Las cámaras no lo abandonaron en 76 horas más que para que pudiese ir al baño dos veces en medio de protestas de periodistas hambrientos de imágenes, que casi llegan a los puños con los guarda-espaldas devotos de Chávez. Dato curioso: todos los guarda-espaldas eran personas famosas. Por ejemplo, habían embajadores del mundo político, Rafael Correa con lo grandote que es; del mundo deportivo, el Pibe Valderrama (¿cómo llego ahí?); del mundo religioso: el papa, quizás el más tenaz de todos.
En total Chávez durmió 20 horas y esas tomas son perturbadoras, no solo porque en un punto Chávez ronca, sino porque duerme como un faraón o como Osiris, con los brazos cruzados en el pecho. Antes de dormir (hora 16), Chávez tomó la palabra por primera vez. No lo hizo dirigiéndose a nadie en especial. Hablaba al vacío. En realidad balbuceaba, como si muerto hubiese perdido la capacidad de hablar. Yo entendí: “Roma, Capitolio, Washington”, aunque otros afirman que dijo: “Oh María madre de dios bendito”.. (Hoy existe casi una guerra entre estas dos interpretaciones, que se evidencia en calcomanías por los carros de la ciudad). Luego dijo “No importa quién resucitó, alguien resucito” y unas horas después tuvo una intervención de 10 minutos en privado con las cámaras de TeleSur, en las que afirmaba haber sido enviado por Dios para anunciar el fin del dominio del capital sobre el ser humano y reafirmar el perdón sobre el odio, y al amor contra el desprecio. Al principio su discurso fue más bien cursi, romanticón, místico, pero afirmando después en términos marxistas que el bien común, la paz y el amor y el perdón de Dios suponían el fin del capitalismo – y ahí ya no parecía más una vaca estoica sino más bien un grizzli, rojo y punzante.
“Dios es política” fue su última frase. En la intervención invitó a la gente con fe a venir a Latino-América y en especial a Venezuela, la tierra prometida.
Obviamente los efectos de tal invitación fueron inmediatos. Poblaciones enteras de toda América Latina iniciaban peregrinaciones hacia esas playas cercanas de Maracaibo. En los otros continentes se fletaban aviones, barcos, para ir lo más inmediatamente posible a ver a nuestro señor Hugo.
La reacción tampoco tardó en llegar. Desde la media noche de ese histórico 25 de marzo, es decir en la madrugada venezolana de ese 26, algunas empresas privadas comenzaron a retomar el control de sus medios. Google difundió rápidamente todo tipo de contra-teorías para explicar lo sucedido. ¡Solamente es un impostor que se hace pasar por Chávez! ¡Chávez nunca murió, se escondió estos 6 años para hacer un golpe de teatro político! ¡Chávez es el hermano gemelo de Chávez que permaneció oculto de la prensa toda su vida, para aparecer en el momento justo! Esta última lectura de los eventos resulta más complicada, visto que si consideramos a Chávez como el mismísimo diablo (como Google, y El PAIS de España y tanto venezolano burgués) y si sabemos que siempre hay un gemelo bueno y otro malvado, entonces este nuevo Chávez, el gemelo, ¿es bueno o es malo? Esa duda de tonalidades patafísicas perturbó los espíritus de no pocas personas. Algunos ex anti-chavistas, por ejemplo, se decantaron entonces por la versión del nuevo gemelo bueno de Chávez, al que pasarían a apoyar “por las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”…
A pesar de ellas, seguía pareciendo que la deslegitimación de lo sucedido tenía esperanzas de imponerse (en cierto sentido lo logró).
Pero el movimiento pro Chávez fue oleaje, fue revolución. Por ejemplo, el papa, en una operación relámpago, se trajo todo el aparato burocrático de El Vaticano a Maracaibo
Es muy probable que él haya sabido de la resurrección de Chávez siquiera un día antes de que las tres primeras imágenes aparecieran por la televisión. Se sospecha que el ente blanco que encara a Chávez en el segundo 8 de la última toma era Francisco, que quizás iluminado por una revelación anticipó los eventos y se embarcó hacia Venezuela.
Quizás el papa es un illuminati que participó de toda este confabulación, piensan otros.
Lo cierto es que el papa trajo incluso la capilla Sixtina, desmontada en pedazos (historiadores del arte y restauradores de la izquierda católica, teología de la liberación, pero no solo ellos, ayudaron en la operación de traslado) con un nuevo personaje, Hugo Chávez, que aparece luminoso en uno de los cuadros, abajo y a la izquierda.

Consecuencias formuladas como preguntas infelices:
¿Y encima curas disfrutando del sol?
Pues sí. Francisco en un gesto valiente (… a estas alturas…) ha liberado la desnudez para los hermanos y hermanas de la congregación, la playa de Maracaibo parece el Edén. Hasta conejos y ciervillos mandó a traer el papa. Y mucho italiano e italiana desnudo por ahí. Miguel. Ángel. Bambi.
Chávez vive cerca, en un ambiente lleno de vientos de mares mañaneros, frutas y verduras, poca ropa, y paz y amor. En armonía con la naturaleza, claro está. Por el momento afirma sentirse en el cielo, esta cumpliendo el sueño de Bolívar y de Gandhi y de Marx y de todos, todos juntos a la vez y más, dice. Parece budista, es rechoncho. Ama a todos. Nos ama a todos.

Las preguntas que despeja y provoca, y las certezas que confirma y provoca la resurrección de Hugo Chávez:

Dios existe. Los cristianos tenían razón (¿?). Cristo está vivo en su forma Hugo Chávez. Este último es comunista. Chávez es Cristo. Cristo es Rojo: ¡Escándalo!!!
Si Cristo fue rey 2019 años, ¿ahora Chávez será rey 2019 años? ¿Qué dicen los mayas respecto a 4038? ¿Se tiene que escribir un tercer testamento? Obvio. Quizás un tercero y un cuarto, por simetría. El eje central tiene que ser el “buen vivir” en su versión marxista-franciscana. Los textos tienen que ser solidos, es decir resistentes a la reacción (importancia de la legitimidad popular), pero flexibles para poder aplicar las enmiendas que se anuncian necesarias (se sabe ya de antemano que Francisco escribirá algunos artículos y el Pibe Valderrama otros).

Temas

• La magia de una realidad que pudo ser falseada, que las cámaras cuentan sin poder probar.
• La fe que prevalece porque anuncia mundos por descubrir.
• El deseo colectivo de conejos y ciervos, de desnudez, de internet liberado de controles estatales. Assange y Snowden ya caminan libres (juntos).
• ¿Cómo se explica que hasta el rey Juan Carlos, o Merkel, antiguos fustigadores del comandante, ahora le bajen la mirada, lo admiren como se admira a un padre?
• Resucitó, y se le cree, abajo los burgueses, dice, y los tiramos o nos latigueamos las espaldas por fallar.
• Muchos burgueses se rinden. ¿Supremacía de la devoción chavista sobre la devoción dolarizada?
• Bush ha sido decapitado, Obama también. Gracias Chávez.

Cirugía reconstructiva (de la serie 200)

Al llegar a Jápeto, el navío “La gallarda” recibió este mensaje: “No moleste con preguntas cojudas”.
La cirujana, Miss Rebba de Clavius, de los honorables clanes de aguateros, abrió frecuencias:
–Hay quemaduras por estribor; la quilla y grúas rotas. ¿Alguna otra dolencia?
“De amores” pensó “La Gallarda”.
–Ninguna. Quiero parecer humana.
–¿Créditos cargados a…?
–Sindicato de Cargueros, Épsilon del Eridano.
–Eslora, manga, calado, niveles de oxígeno…
–Anidado… Pero, ¿oxígeno? Vine sin tripulantes.
–¿Permiso de travesía sin tripulación?
–Anidado en su terminal.
–Su intervención requiere oxígeno… señora. Aquello duplica el costo del kilovatio-hora.
–…Proceda.
–¿Preferencias antropomorfas?
–…Me abochorna…
–No sea cursi. Todas quieren grandes tetas.
–Quiero gustar, simplemente; coloque sensores, conforme a la lista.
–La intervención consiste en una escultura oxidante sobre fuselaje; el coralio atacará el oxígeno, pero el vacío lo matará. Ese cadáver modelado será su nueva apariencia. ¿Aprobado el procedimiento?
–¿Hay peligro?
–Seguro. El coralio es un espécimen inestable, suele mutar.
–¿Dolerá?
–Seguro. Vuestros sensores acusan golpes meteóricos, impacto de rayos gamma; esto es peor…
–He visto naves ñarusas… quisiera una apariencia más…
–¿Carnal, satinada? ¡Estos amantes! –suspiró la cirujana–. El suyo es macho, hembra, gay, trans…
–Se llama Cecilia.
–¡Le gustarás, no temas! ¡La que sigue!

Cirujía2

Botones Rotos, por Omar Chapi

III Lugar de Ciencia Ficción en el concurso literario EQUINOCCIO 2014 de Ciencia Ficción y Fantasía

Botones rotos

Si antes hubiera visto mi auto; tal vez, no me habría dado esa negativa. El servicio mecánico hizo de mi vieja chatarra rodante una verdadera joya; sin dañar el diseño clásico, incorporó los beneficios de lo más moderno en biomecánica y psicocinética; lo mejor de todo, es que no costó una fortuna como muchos creen; hoy en día, la tecnología es más barata; además, con un poco de suerte se contacta un buen contrabandista y los costos pueden reducirse incluso a menos de la mitad.
Tengo que ensayar el breviario para la puesta en escena de mi última obra sinfónica; así que, si desea aún puede acompañarme, insistí.
De todos modos, sabía que no vendría. Subí al auto y de inmediato sentí al nuevo versor de energía psíquica de conexión automática adherirse a la base de mi cráneo proporcionándome una caricia deliciosa que relajó todas mis tenciones. Sin pérdida de tiempo, eché mano de mi mejor fuente de pensamientos, el madrazo contra el planeta de aquella pobre chiquilla desquiciada en busca de la muerte a bordo del moderno ascensor del edificio de apartamentos donde era mi vecina y los motores del auto rugieron, con la energía suficiente para dar un par de vueltas la ciudad entera. Era un cuadro realmente horrible; pero, debido a algún sentimiento sublime oculto en lo más profundo de mi psiquis, producía energía de la mejor calidad, de baja emanación ideológica, que reduce al mínimo la contaminación psíquica y resuelve mi apatía imaginativa. Realmente, una maravilla.
Sin embargo, no es que la gente de este tiempo no muera, si eso es lo que está pensando; pero, no hemos visto un suicidio en más de quinientos años, por lo que es probable que usted no sepa de lo que estoy hablando; no obstante, ésta es una de esas cosas para las que el sistema no ha encontrado una solución y prefiere mantenerlo en secreto; si bien, con el alargamiento de la vida, la naturaleza perdió la potestad de aplicar la selección natural a las especies, las deficiencias contenidas en la cadena genética no han podido ser eliminadas, incluso con la separación de las personas incapaces de generar pensamientos evolucionados, armónicos, bonitos, un día aparece por ahí, un individuo de no sé qué genes neuronales rebeldes y pone a prueba el delicado equilibrio social establecido; como es conocido: todo, absolutamente todo lo que tiene que moverse, es impulsado por la calidad sublime de los pensamientos, lo cual es perfecto, si tenemos presente los problemas de contaminación de la era del petróleo, que puso en serios peligros la permanencia de la vida en el planeta.
El locutor de radio táctil anunciaba el pronóstico de arquitectura climática para los próximos cincuenta años, cuando aparqué el auto en las afueras de la Sinfónica Gustativa Nacional. Me sentía algo nervioso, no sabía cuánto aire en los pulmones iba a necesitar para lograr el silencio de los tonos altos, que eran mi fuerte; aunque para aquellas horas, normalmente suben las mareas eólicas, persistía el riesgo de un cambio en el itinerario lunar, lo cual terminaría por arruinar definitivamente mi espectáculo; resignado eché un vistazo a la gótica construcción, las puertas aún estaban cerradas, lo que me daba un pequeño espacio de tiempo que aproveché para revisar la prensa virtual acumulada durante semanas en el asiento trasero de mi auto.
Como era de esperar, todos los rotativos, en su edición del aciago día del suicidio, traían en su primera plana una foto táctil del ascensor siniestrado; sin embargo, algo extraño giraba en torno al fatal suceso. Los medios especulaban sobre las posibles causas del accidente, incluso proponían soluciones mentales preventivas; un curso intensivo en la Escuela de Imágenes Puras, para la obtención del permiso de manejo de pequeñas cantidades de energía psíquica, era la solución con mayor apoyo en la Asamblea Nacional; sin embargo, nadie hablaba de la pobre chiquilla desquiciada que osó buscar la muerte entre aquellos hierros retorcidos.
Si aquel día, no bajé al sótano a confirmar el terrible desenlace, fue porque me causa horribles lesiones nerviosas ver un cuerpo femenino destrozado. Pero, yo mismo acompañé a esa pobre infeliz en su viaje suicida, hasta el cuarto piso del edificio, donde, tras penosas negociaciones, me dejó salir de la cabina y se despidió balanceando la mano y esbozando una parodia de sonrisa sin mostrar los dientes.
Como todos parecían ignorar los pormenores del terrible suceso, decidí llegar al fondo del misterio por mí mismo. Tengo un amigo en Arqueología Criminal, que me debe unos favores; así que, inventé un pretexto para llamarlo y conseguí una cita. El único inconveniente era que debía llegar a su oficina en menos de quince minutos, un tiempo exiguo considerando que me encontraba a media ciudad de distancia, lo cual significa, por lo menos medio día de viaje en auto por la carretera de alta velocidad; pero, tomaría el tren biolumínico; indudablemente, una joya tecnológica al servicio de la ciudad, que en condiciones normales reduce ese tiempo a una setentaidosava parte, viajando por vías de pensamiento puro, lo que resolvía el problema.
Llegué caminando a la estación. Deslicé mi tarjeta de viajes rápidos sobre el ojo ultrasensible y una ligera puerta de material abstracto se abrió, dejando conectado el mundo material con las amplias autopistas del pensamiento.
El tren era una verdadera obra maestra de tecnología síquica, su moderna estructura elaborada en láminas de aire condensado, lo hacía súper ligero, cómodo y veloz. No supe en qué momento atracó al andén, pero subí y me acomodé en un asiento, junto a un hombre que parecía dormir con los ojos abiertos; de inmediato, una emanación mental me dio la bienvenida, además de estrictas medidas de seguridad para el viaje; las recibí con atención, luego aprovechando el mismo canal psíquico di las gracias, indiqué mi destino y nos internamos velozmente en aquel mundo casi irreal.
No tardó un segundo y el paisaje tomó la forma indefinida y dolorosa de mis pensamientos, en un instante cruzaron millones de imágenes, escenas terribles y momentos hermosos se asomaban a la mágica pantalla de mi mente, hasta que volvía ante aquel ascensor cayendo a una velocidad vertiginosa, llevando como pasajero a una hermosa dama que buscaba morbosamente el mortal deleite del aterrizaje, cerré los ojos en un intento desesperado por huir de la terrible imagen que me acosaba, pero fue inútil, hacia dentro se proyectaba la misma escena; entonces, sentí tanto miedo, que por un momento creí que moriría; afortunadamente, entró en funcionamiento el controlador psíquico, que anuló mis pensamientos y me indujo una película maravillosa destinada a hacer de mi viaje, cómodo y placentero. Eran las ventajas de confiar en el sistema.
Llegué cinco minutos antes a la cita. Arqueología Criminal era un verdadero complejo arquitectónico, que combinaba armónicamente el hormigón armado con estructuras de polifibra plástica, lo que le daba una versatilidad única y moderna; además, sus instalaciones contaban con tecnología que reproducía las mejores comodidades para guardar y estudiar todo lo que podía presumirse como evidencia del cometimiento de un crimen, entre las que se encontraba una extensa colección de virus letales utilizados en diversos genocidios comerciales, en un tiempo en el que no importaba la vida humana, con tal de acumular una fortuna.
En la recepción, me atendió una hermosa chica cuyo versor psicodélico en pluma artificial de versingetorix de Madagascar, solo había visto colgar con tanto garbo casi ausente del lóbulo de la oreja derecha de la chiquilla desquiciada, de cuyo hermoso cuerpo, a esa hora debían estar dándose opulento festín la flora y la fauna macrófaga del cementerio. Me saludó amablemente y me guió por un pasillo.
Cruzamos varias puertas que obedecían sus órdenes psíquicas. Resultaba curiosa la destreza con que manejaba la tecnología; pero claro, a la juventud siempre le va mejor con estas cosas.
– Doctor, su amigo – anunció, al llegar.
Él, regresó a ver frunciendo el ceño y echando sus ojos profundamente verdes, sobre el grueso lente de los anteojos.
– ¡Mi gran amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte! – Exclamó emocionado, mientras su mirada de ave de rapiña me escrutaba como a una de sus preciadas piezas arqueológicas.
En realidad, no logramos entablar un verdadero dialogo, siempre que tenía una genial idea para romper el hielo, alguien venía a interrumpirnos. Así recorrimos varios recintos y salas de laboratorio, hasta que por fin, llegamos al área de ascensores; el mío estaba hecho un solo manojo de chatarra inservible, lo cual evidenciaba la violencia del madrazo. No iba a ponerme feliz al confirmar el deceso de aquella pobre chica, pero me sorprendió no encontrar siquiera un gota de sangre, un pelo o lo que sea, que confirme el horrible acto de muerte. Las evidencias eran contundentes, razón los medios no hablaban del suicidio.
Evidentemente sorprendido, pregunté que habían hecho con el cuerpo de la mujer.
– Hasta ahora, nadie ha hecho esa pregunta – contestó, escondiendo sus manos huesudas en los bolsillos del impecable mandil blanco gravado con el logo de la institución en hilos azules sobre el pecho. – La chica realmente no ha muerto.
– ¿Cómo? ¿Quién puede sobrevivir a semejante caída? El ascensor esta hecho trizas.
– Aunque no lo creas, ella aún anda por ahí, haciendo travesuras – afirmó, con un gesto mórbido en su rostro.
– No logro entender – insistí, – esas cosas no ocurren ni en las mejores películas de ficción.
– Para nosotros es la vida real – aseguró, – es lo que hacemos todos los días, los que por nuestros pensamientos poco evolucionados, poco bonitos, malsanos, hemos sido excluidos por el sistema. No dejamos que éste nos mate, nosotros lo matamos a él. Así que, lo que viste es una prueba de nuestro último descubrimiento en tecnología transportativa.
En ese preciso instante, todo yo era un signo de interrogación. No lograba encontrar la lógica que se supone debe haber en las cosas. Él, volvió a sonreír con aquel gesto mórbido, que más bien parecía ser una condición natural de su sonrisa; pues, aunque era un secreto de dónde sacó los bigotes azules, resultaba evidente que el implante había degenerado el labio superior, a tal punto, que al sonreír su rostro adquiría una apariencia siniestra.
– Existe un portal secreto, una ventana de escape, a través de la cual viajamos a grandes distancias, en cuestión de segundos y con solo pulsar un botón –, aseguró, levantando la cabeza y sacando pecho, como un pavo orgulloso del gusano que acaba de desenterrar.
Por un momento creí lo que decía, aunque no tenía clara la idea; sin embargo, cuando intentó su solemne explicación de su invento, pensé que se había vuelto loco, probablemente el trabajo en Arqueología Criminal a semejante ritmo, había dañado por completo sus neuronas.
– Puedes viajar a través de él – concluyó triunfante, colocando frente a mí, sobre la mesa, un moderno teléfono celular. – Para mover los otros inventos, utilizamos energía solar.
¿Qué estaría pensando él, que me iba a montar en ese pobre artefacto para averiguar si vuela como las escobas de las brujas del Medioevo? Definitivamente no estaba para bromas; así que, abandoné el recinto sin despedirme, dejando a mi gran amigo envuelto en sus terribles delirios. Era una pena perder un gran profesional, pero en ocasiones hay que dejar que la naturaleza haga su doloroso trabajo, pensé.
Llegaba a la estación, cuando sonó mi teléfono celular. Era él, sin duda quería disculparse por el mal rato, así que decidí contestar, pulsé el botón para abrir la conexión electrosensorial; pero, vaya susto; de repente, surgió una luz azul intensa, como la que produce un fósforo al inflamarse, aterrado arrojé el artefacto al piso y lo miré rodar encendido; entonces, de la nada se abrió un túnel casi imperceptible en medio de todo lo existente; no sé, ¿por qué?, nadie más lo vio, a esa hora en que la estación estaba llena de gente; lo cierto es que llegó, cruzó el umbral en una leve burbuja de tiempo, había burlado todas las barreras conocidas por el hombre y por la ciencia.
– Santo Tomás pecó de lo mismo –justificó, al llegar o más bien, al salir o lo que sea, del aquel portal que se cerraba a sus espaldas. – Yo también me resistí a creerlo, hasta que lo miré con mis propios ojos.
No sé explicarlo, pero me temblaba el cuerpo, incluso con los últimos avances tecnológicos era totalmente imposible. No lo podía creer, aún cuando ocurrió ante mis ojos.
Recuerdo, regresamos al edificio, donde volví a ver a esa mujer. Si, la recepcionista. Razón me resultaba tan familiar. La miré entrar en la sala y sin palabras, todo quedó explicado. Ahí, de pie ante mis ojos impávidos por la sorpresa, tenía a la dulce chiquilla que yo buscaba entre los muertos.
Con todo eso que sucedió aquel día, no me pierdo un partido de fútbol, nunca en mi vida había entrado gratis a tantos espectáculos públicos; aunque, a veces siento miedo, nadie sabe lo que sucedería si se cierra el portal, estando uno adentro.
Por lo demás, todo está bien; ahora, uso menos el auto y ya no tengo que torturar mis neuronas buscando un pensamiento excelso para ponerlo en marcha, excepto cuando voy al mercado, nadie ha podido explicar, por qué en aquel lugar no haya señal telefónica, aún estando bajo la antena repetidora.
Ayer volvió a caerse un ascensor, los noticieros hablan de un usuario ebrio; es extraño, sin embargo, nadie ha visto el cuerpo del suicida.
A propósito, acaban de habilitar mi nueva línea telefónica, ¿puedo hacerle una llamada esta noche?