Retratos

adriano

El Retrato es fascinante. Como el paisaje. Pero en el paisaje hay un margen de abuso que a veces no se evita. Para ser justo o para intentarlo, al menos, trato de “retratar” el paisaje. Como cabe esperar el paisaje no me exige: “Oye, artista, el caudal de ese río que has pintado se nota que es inferior al normal en esta parte del año. Además, qué te has creído, Renoir o Cezanne: píntame bien ese color que da el reflejo del sol que, según se ve, es el de las 4 de la tarde”; ni tampoco el cielo me cuestiona: “Disculpa, pero yo no mezclaría stratocúmulos con cirrus, ¡mucho menos con nimbus!”, o cosas así. Por eso veo que muchos pintores conjugan en sus presentaciones fotos del original junto con la versión pictórica. Me parece saludable. Además allí se perciben los desafíos que habrá tenido que sortear el artista para ofrecer su versión (modificada, pero no tanto) de la naturaleza.

Sin embargo, el retrato es otra cosa. Cuando el rostro adopta “modo inflexible”  puede arruinarte el entusiasmo y la destreza. Pero, igual te atrapa y eres capaz de repetirlo una y diez veces hasta que se parezca.

Lo primero es “ubicarse”. ¿Qué ves? Según eso comienzas por los ojos…  o por la boca; a veces quien manda es el cabello o la forma de la cara pero, a medida que avanzas, nunca deja de sorprenderte  los rigores que demanda el parecido y la normal exigencia de la semejanza. Basta que la línea de la boca esté más alargada, contraída o unas fracciones de milímetro más arriba o abajo que el modelo real, para que la semejanza se vaya pa’l carajo. Ni se diga de los ojos. Si el modelo no está presente una solitaria exposición fotográfica nunca será suficiente.

Sufro de iconofilia. Naturalmente las primeras “víctimas” de ese padecimiento son los miembros de mi familia: mis hijos, mis nietos, los yernos… No están todos mis hijos, pero sí todos mis nietos.

Este es un recorrido por parte de mi galería de retratados.

Comenzamos con un intento de Manga “shonen”, solicitado por mi pana Nelson “Nelsinho” Mora para que en ese contexto luciera su hija Gaby, por entonces de 14 años y fan del género. Era diciembre de 2013, cuando pinté este retrato… No guardo el registro de la chica, pero Nelsinho quedó encantado. Y yo también. Tenía mis dudas respecto del fondo turquesa, pero ese cabello azul contrastando con el color tierno de la piel, me pareció de fábula.

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Años antes, 6 de abril de 2011 canta la foto, hice este dibujo de mi hija Elisabet. Su rostro no ha cambiado mucho; hoy, en esta foto de 2016 está más delgado, pero el parecido pervive. En el caso de mi hija Saskia, su dibujo corresponde a la época de su bachillerato; la foto actual corresponde al de su graduación en el Tec. de Monterey.

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De mis nietos Martín, Marina y Dalton, los parecidos me dejan satisfecho.

martin   mrtin2015    Marina.jpg   marinanov2015

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Además, el retratarlos me ha ofrecido unas certezas que me ha gustado apreciar: Martín conserva el rictus de la boca de su padre así como su mirada. Marinita se parece mucho a su abuela Ligia con insalvables incrustaciones de genes Naranjo. Dalton ha cambiado. El retrato es de cuando tendría unos once años. Tiene la boca de su madre, pero hoy compiten tantos gallos en los predios de su voz, que parece rivalizar con una gallera.

Últimamente hice una acuarela de mi compadre David Méndez. El hombre siempre aparece con un rostro adusto, pero está conforme, y eso me releva de más explicaciones.

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¡Y queda tanto mundo por retratar!

doviedo  sra-katty  tia-yuli  miguelon  josh  fortunato

 

 

 

 

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Aguas de mayo, arte aguas*

*Texto de Lola Márquez, que aparece en el catálogo de la muestra “Aguas de mayo”

LOLA

“El primer cuadro abstracto de la historia del arte fue pintado en 1920 por Vassily Kandinsky y es una acuarela”: así de contundente es el registro en la historia universal del arte, para ubicar a la sutil acuarela como una precursora. Aunque ya el maestro Alberto Durero, mucho antes, por los años 1500, la había puesto en el centro de sus preferencias expresivas, retratando a la naturaleza y sus paisajes, en obras minuciosas, exquisitas.
Ver las acuarelas de Fernando Naranjo Espinoza me plantea más de una pregunta: ¿Toma la fotografía del paisaje, del objeto de su interés, o pinta directamente? A veces se podrá trabajar directamente, a veces no, me respondo. ¿Cómo elige sus temas? Observando –otra vez me contesto- pero no como cualquiera. Eso se nota enseguida. Sus acuarelas tienen un tramado de composición, que se asemeja a la buena obra de teatro: todo está justificado, nada está de más.
Una acuarela es una pintura que se plasma sobre un cartón o un papel, cuyos colores se diluyen en agua. Naranjo trabaja las aguas de los mares, ríos, lagos y riachuelos, en una fusión técnica precisa, que es simbólica y literal a la vez: es el portento de la acuarela en manos de un buen compositor.
Hace unos días, en mi hobby de ver acuarelas en la web, por casualidad –si es que existe-, entré a un sitio llamado latorredeMontaigne. Casi inmediatamente, apareció un recuadro que decía: “Hola. Soy Antonio Luis Cosano, director de acuarela de La Torre de Montaigne. Si te suscribes a nuestra circular, el trabajo de los acuarelistas te llegará silenciosamente.  Saludos.”
Quedé fascinada por aquello de “silenciosamente”. Porque me reveló que, inconscientemente, siempre he asociado a la acuarela con el silencio. La acuarela da un sentido de intimidad que no logra otro género. Hace mucho que miro las acuarelas de Fernando Naranjo, y siempre tengo la sensación de estar asomada a una ventana que sólo yo puedo ver, y que cada espectador puede mirar a su manera.
Celebro estas Aguas de mayo, como un tributo a la naturaleza respetada y amada por un artista que compendia palabra e imagen, en un creativo quehacer continuo.