Llegó con todas las características que alborotan al Tintín: buenas piernas, buen culo, pecho altivo, cabello largo, negro y frondoso, y un cutis blanco usurpado por una veta continua de cejas oscuras y espesas que se atropellaban sobre el puente de la nariz. Cualquier Tintín supone que, en tales casos, el pubis ha de ser igualmente copioso en pelos; tantos que, de ser posible, han de invadir los muslos y se enroscarán por el culo. Pero esta chica vino revestida, además, de una cualidad con la que un Tintín no cuenta: NO HABÍA TEMOR en ella. Por eso, cuando aquella noche sin luna Mercedes entró a la sesión del politburó de Tintines del Litoral, fueron los enanos los espantados. Ingresó de súbito, resuelta, pata al suelo y alborotando la hojarasca; todos brincaron del susto, por cierto, pero luego saltaron de gozo, estrellaron alborozados sus enormes sombreros contra la hojarasca y sus prodigiosos y legendarios penes comenzaron a erguirse escandalosamente. La chica ni se inmutó; pero, ellos se miraron entre sí, fruncieron coléricos sus temibles ceños y pensaron cómo… ¿Compartirla? Imposible. Los convocados eran: el Tintín mandinga, el Tintín manaba (suco y de pelo colorado), el salitreño, el de Mocache, el de Jujan y el de Chanduy (el que apesta a pescado). Presidía el repugnante Tintín de Cerezal de Subibaja. Al reparar que la chica los desafiaba con su desdén, explotaron de furia y de pavor. Y como agravante, sin pizca de vergüenza, la muchacha alzó sus prendas y les mostró sus intimidades. Hozando como puercos, aullaron como lobos, chillaron cual murciélagos y se treparon por los ciruelos, balbucieron insultos horripilantes en alguna lengua peninsular perdida y olvidada, y finalmente se desbandaron y desaparecieron en la oscuridad. –¡Ya sal, pues! –Le dijo la impaciente Mercedes a la sombra que surgió del monte con sus patas al revés, su sombrero de mariachi en joda, su altura media y su pene de 4 pulgadas–. ¿Y, eran estos los 7 enanos que te asustaban? ¿Y te citaron, para qué? ¿Para acusarte de no haberme violado, de no haberme preñado..? ¿Les habrías dicho que YO fui quien te descubrió, que eras virgo cuando te seduje, y que ni sabías hacerte la paja? El Tintín de Casas Viejas, que de allá procedía el Tintín de Mercedes, se rascó la cabeza, trató de sonreír, pero ella no quiso mortificarlo más de lo conveniente y, con total descaro, se levantó sus faldas. Al Tintín de Casas Viejas se le humedecieron los ojos, salivó como perro agitado, se le saltó el corazón de gusto y, ya que Mercedes se escondió por la maleza, fue a por ella con sus patas al revés, su enorme sombrero de paja, y con su verga tiesa, que no le colgaba por los suelos. Cuando la encontró, tumbada en la yerba y con las piernas completamente abiertas, esa vulva lampiña lo hizo aullar de placer.
