Cuando te leo me lleno de versos
y con ellos salgo al aire
a darme contra la multitud
-o contra el individuo-
en la mera mitad de los lugares comunes:
Describo los cielos con otras palabras;
Percibo los olores con fragancias fugaces;
Siento las miradas por cientos y por miles
multiplicadas por cientos de miles,
pero nadie me reconoce.
Hago del matar un mosquito una hazaña gallarda,
del tomar el pelo un prodigio de embuste,
del correr, una maratón
y del silencio otra eternidad
Con los versos estoy en todas partes,
como buen dios de barro.
Y, como tal, desbrozo selvas,
acumulo montañas, me bebo los ríos
y abro caminos,
incluso el que llega a ti,
y sin piedad te desbarato las corazas:
las del alma
las del espíritu y las del cuerpo
Por sobre todo las del cuerpo.
Aunque me pregunto por qué apelo a un pudor mojigato
lleno de tules flotantes y de sedas,
y te dejo con una lencería de encajes de florcitas
haciendo muros tupidos entre tus latidos
para que brillen los muslos como astros.
Igual no llego.
Con los versos me digo fatuo
de un modo elegante y naturalmente falso,
¡con los versos encuentro al amor!
y le cuelgo el eufemismo de cariño intenso.
Con los versos no hay cómo
con los versos no se puede.
Me revelan.