MANOS DE SEDA DE LA REPRESIÓN

He leído con interés el post de Eduardo Varas sobre el incidente de la Católica. Pero a excepción de la Fer, como que la mayoría prefiere creer la versión de los medios. Todos mis informantes sostienen lo opuesto, de modo que advierto allí un interés perverso muy claro.
De haber estado en los zapatos de los alzados contra Correa, lo procedente habría sido evitar que entrara al recinto universitario. Un asunto muy sencillo: bloquear con unos veinte vehículos el ingreso y pare de contar. El impacto habría sido triunfal. Pero no; permitiron que entrara (y no creo que haya sido por fervor democrático) para entonces sí, armar jaleo, alzarse con un par de heridos, y esperar que los medios hicieran el resto. Como efectivamente lo han hecho.
Y me digo cómo han cambiado los tiempos.
Para los más veteranos (como yo) les debe resultar aleccionador recordar esta frase:
PERRO SAN BERNARDINO. Con todas sus eufónicas sílabas la afrenta estaba dirigida al entonces obispo de Guayaquil, Bernardino Echeverría; PE RRO SAN BER NAR DI NO, así lo pregonaron en las paredes, y hasta ahora sé por qué. Lo cierto es que la frase no fue escrita por ateos comunistas militantes, ni por precocísimos asambleístas, sino por estudiantes de la Católica de Guayaquil. Quiso el destino que sus radicalismos menguaran con los años, gracias a lo cual se encaramaron como ministros de neoliberal economía. El asunto es que fue necesaria hasta cierta represión policial para someter a los alzados.
La represión, realmente conmovedora, fue resumida en un artículo inolvidable de Ignacio Carvallo: “LAS MANOS DE SEDA DE LA POLICÍA”. El caso consistía, naturalmente, en establecer el contrapunto que se daba entre la conducta policial cuando los alzados eran los cholos y mestizos de la universidad estatal, o de los colegios secundarios fiscales, y cuando los alzados eran díscolos muchachones de la Católica. A los unos los reventaban a bombazos (como lo hicieron con Rosita Paredes), les destrozaban las entrañas como a Luis Bonini Pino, o sencillamente los desaparecían, como si literalmente la tierra se los hubiera tragado, como a Consuelo Benavides, para venirnos a tiempos más recientes. ¿Y la prensa de entonces? ¿Quién hablaba por esos chicos tan estudiantes como el que más, que se imaginaron gilmente ser motores de la historia y todas esas majaderías propias de comunistas ateos? La respuesta escueta: NADIE (excepciones notables como las de Carvallo), pues la táctica consistía en transformarlos en criminales, en delincuentes, más de crónica roja que de página política. Los opresores de entonces hasta se han dado el lujo de morirse de muerte natural, o si viven no tienen el menor cargo de conciencia. Y entonces salen estos chicos “noístas”, incitados seguramente por don Juan Montalvo, que dijera alguna vez que desgraciados eran aquellos pueblos donde la juventud no se rebela contra el tirano, a desafiar a la police, al jefe de estado, y a ganrse el gesto de haber resistido la represión policial del dictador de turno. Cómo se ve que no tienen ni la más cojuda idea de lo que es un dictador y de lo que es la represión. Pero también estas son cosas de estos nuevos tiempos donde la inicativa democrática de plantear reformas es lo mismo que dictadura.
Con esta moderna medievalización de la patria estábamos acostumbrados a éso, a esa escolástica división de la sociedad en pastores, ovejas y perros -que se encargaban de que estas no se descarriaran-. Claro, con manos de seda para los unos, pero con bala y tortura para los otros. Normal. Y no creo que a esos tiempos quieran volver los chicos “noístas”; lo lamentable es que ni siquiera saben que existieron. Cosas de la incomunicación con sus padres o abuelos, de las brechas generacionales y todas esas nuevas majaderías sicoanalíticas en boga, que les han hecho creer que todo tiempo pasado fue mejor y que hay que cuidar celosamente que no lo cambien.

Y debo comentar lo de Jefferson: nuevo

political boy

. Y como que se me va a alinear con la derecha, a pesar de ese pasado periodiquero que tanto gusta evocar. Nuevas demagogias.

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