Isidro Parodi

Otro caso para Isidro Parodi

A insistencia de Nicolás Maruca, hábil gentilhombre de ritual circense y de generosa estirpe porteña, que nos visitara días atrás acompañado de toda su trouppe de artistas invisibles (incluyendo aquellos que no pudieron venir), y que volviera a su patria luego de apoteósicas presentaciones en el teatrito Tablaraza, es que trabé amistad epistolar con don Honorio Bustos Domecq; luego, gracias a un e-mail de Maruca, me enteré de que el conocido hombre de letras sería mi huésped, dispuesto como estaba a cerrar en Guayaquil, nuestra urbe sin par regenerada, uno de los capítulos más interesantes de su dispar y fecunda vida literaria, y que consiste en epitomar lo mejor de las artes cómicas a nivel mundial. De manera que, a fines de agosto, antes de que nuestro Salón de Julio cerrara las puertas de su XLVII edición, y luego de un menestrón, un seco y un ceviche en La Canoa, don Honorio exclamó, al entrar a la sala de los premios:

-¡Qué es esta payasada!

La sordera del hombre –de reciente adquisición- se alzó como infranqueable barrera ante mi exasperado argumento de que nuestro salón es un salón serio, señor, que sólo después de una escrupulosa selección de obras (lo mejorcito de nuestra fauna artística, dieciséis entre doscientos sesenta, 6.15% si buscamos precisiones) es que los cuadros son colgados en las blancas paredes de nuestro Museo Municipal para disfrute del gran público y confrontación viva y animada de los nuevos derroteros de la plástica nacional.

-Nunca había visto nada tan chistoso –insistió don Honorio.

-Por favor –traté de interrumpirle, sin éxito, pues de inmediato echó mano de la nostalgia de que Isidro Parodi “no pueda venir a reírse como Dios manda”

Ante el temible descaro del escritor, traté de repetir las justificaciones de los premiados, que para mi coleto había repetido una y otra vez hasta hacerlas memoria, precaución básica ante cualquier interrogante de huésped tan sesudo. Expuse, por ejemplo, que SALMOS, de Jimmy Lisandro, expresaba “una rica y desembarazada espontaneidad que se desenvolvía dentro de una poética donde converge el dibujo ríspido, la caricatura, la reflexión y el planteo de situaciones…”

El venerable se quedó un gran rato observándome serio y profundo hasta que su rostro comenzó a deformarse penosamente, sus ojos poblados de cataratas lagrimearon y su boca trató –lo juro- de evitar la potente carcajada que explotó desde lo más hondo de su buen humor.

-Querido amigo –dijo- acaba de arruinarme el libro que pensaba publicar como postrero de mi carrera. Ahora tendré que hacer otro dedicado a las Justificaciones de los premios, género que nadie se ha atrevido a recopilar y que me hace reír aún más que estas pendejadas expuestas tan chistosamente. Lamentablemente, al paso que voy, dicho libro será póstumo, se lo puedo asegurar.

Para entonces yo estaba sumamente enojado. Y en mi enojo traté de devaluar otros cuadros no premiados. Y me las tomé con “Catalino”, de Alvarado. Pero don Honorio simplemente estaba hecho un dije de gozo.

-Qué chiste, señor –volvió a reírse, compasivo-. Cuando por fin doy con una incongruencia de total seriedad en la sala, usted me sale con que “Catalino” es un chiste. Amigo mío, mejor cállese y déjeme disfrutar. Y no me venga con trayectorias ni con herencias ni con esquemas rotos. El objeto de cualquier payasada es provocar risas y en este asunto su XLVII salón es lo máximo. Observe –y me señaló un promontorio de tarros de pintura que yo había jurado se trataba de algún auspiciante de la empresa privada-. ¿No le parece encantador? Estúpidamente encantador. Por dios que me mata de risa. Este sujeto sí que sabe lo que hace. Salvando las literarias distancias, Mendoza Abril es a Picabia lo que Pierre Menard era a Cervantes… ¿Me cacha?

Don Honorio me interrogó con la mirada y con sus cejas me dijo “qué fue”.

-¿Qué? –pregunté, desarmado

-Qué aguado que es usted, por dios. ¿Y no se ríe? Ya me habían dicho que los de su país no aprecian sus valores nacionales. Si alguna vez juzgué que cierto personaje era una promesa agazapada aún en la brocha, de este no me queda sino decir que es una promesa agazapada en el mismo tarro de pintura.

Como mi enojo no menguaba, recordé las sabias palabras de mis panas, los buseteros, y preferí transcribírselas a don Honorio en papel y lápiz para que no cupiese duda de lo que quería decir ese verbo que defendía como propio. Pero Bustos Domeck volvió a invocar a Isidro:

-Este es un caso como para él-. Me dijo confidencialmente y entonces tomó mi apunte y lo fue cubriendo de notas, a millares surgir;

“¿Cómo no va existir esa crisis –¿pictórica, bélica, literaria, financiera?- si el único proyecto que quiso abarcar gran parte de estos procesos, la muestra Umbrales –conocí a un tal Verdecia que hasta ganó un premio poniendo en su sitio a los umbrales-, se truncó por meros tecnicismos burocráticos y egoísmos entre los viejos artistas? -Un proyecto que se desbarata por simples caprichos de artistas viejos debió nacer chueco, ¿no le parece?- Es impensable que un país no cuente con un espacio permanente que registre y muestre de manera integral no solo el desarrollo de la pintura contemporánea, si no también de la plástica entera. -Mentira. Dicho país es perfectamente pensable. Es más: me consta que hay cientos de países con ese perfil y, en lo que a comicidad respecta, no les va nada mal-; es menos impensable aún que esto suceda en una ciudad como Guayaquil que se esfuerza por verse insertada entre las grandes metrópolis del mundo. -¿Eso intenta? ¡No me diga! ¿Debo felicitarlos, o qué?- Tener ese espacio-memoria garantizará una brújula que servirá de referente para la concepción y desarrollo de nuevas y mejores producciones artísticas. Este chico –porque escribe como un chico- es un poco irónico, ¿no le parece? Otra promesa agazapada, sin duda.

-Como soy hombre precavido, del “mayor diario nacional”, como se auto califica el rotativo más leído a orillas del Guayas, me permití recortar este fragmento de una chica Sacoto: “En el intento de buscar formas “superiores” de arte y ante la estrechez de reflexión en torno a los alcances de la pintura contemporánea, el salón ha propiciado un discurso redundante circunscrito esencialmente al arte conceptual en su versión pictórica… ¿Vio? Desde mi reducto en Palermo yo ya sabía qué iba a encontrar en este salón: una muestra chistosa con alguna que otra genial payasada.

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